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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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dormido por primera vez con el ingeniero Taddei.<br />

Y se vio saludar, de lejos, por un retrato colgado en la pared de la sala, en la casa de<br />

su esposa.<br />

Durante todo el tiempo que duró el viaje de novios, no solamente durmió en aquella<br />

misma cama, sino que comió y cenó en los mismos restaurantes donde el finado había<br />

llevado a comer a su mujer; caminó por Roma, siguiendo como un perrito los pasos del<br />

finado que guiaba a Lina en el recuerdo; visitó las ruinas y los museos y las galerías y las<br />

iglesias y los jardines, viendo y observando todo lo que el finado le había hecho ver y<br />

observar a su mujer.<br />

Era tímido y no se atrevía a demostrar en aquellos primeros días el desaliento, la<br />

mortificación, que empezaba a sentir por seguir así, en absolutamente todo, la<br />

experiencia, el consejo, los gustos, las inclinaciones de aquel primer marido.<br />

Pero su mujer no lo hacía con mala intención. No se daba cuenta, ni podía darse<br />

cuenta de ello.<br />

Con dieciocho años, falta de cualquier discernimiento, de cualquier noción de la <strong>vida</strong>,<br />

se había entregado a aquel hombre, que la había instruido y formado y hecho mujer; era,<br />

en suma, una criatura de Cosimo Taddei, se lo debía todo a él, y no pensaba y no sentía y<br />

no hablaba y no se movía si no era como él le había enseñado.<br />

Y entonces, ¿por qué se había casado de nuevo? Porque Cosimo Taddei le había<br />

enseñado que las lágrimas no son un remedio para las desgracias. <strong>La</strong> <strong>vida</strong> a quien se<br />

queda, la muerte a quien le toca. Si hubiera muerto ella, seguramente él se hubiera casado<br />

de nuevo; de modo que…<br />

De modo que ahora Bartolino tenía que hacer como ella quería, es decir, como quería<br />

Cosimo Taddei, que era su maestro y su guía: no pensar en nada, no afligirse por nada,<br />

reír y divertirse, porque aquel era el tiempo de hacerlo. Ella no lo hacía con mala<br />

intención.<br />

Sí, pero al menos… Un beso, una caricia, algo, en fin, que no fuera hecho<br />

precisamente a la manera del otro… ¿Él no tenía que hacerle sentir nada, nada, nada<br />

particular a aquella mujer? ¿No había nada suyo que la sustrajera, aunque fuera un poco,<br />

al dominio de aquel muerto?<br />

Bartolino Fiorenzo buscaba, buscaba… Pero la timidez le impedía idear caricias<br />

nuevas.<br />

Es decir, inventaba algunas, para sus adentros, incluso muy atre<strong>vida</strong>s, pero luego<br />

bastaba que la mujer, al verlo sonrojarse, le preguntara:<br />

—¿Qué te pasa?<br />

¡Adiós, se le pasaban todas! Ponía cara de tonto y contestaba:<br />

—¿Qué me pasa?<br />

De vuelta del viaje de novios, fueron turbados por una triste noticia inesperada:<br />

Motta, el autor de su matrimonio, había muerto de pronto.<br />

Lina Fiorenzo, que a la muerte de Taddei había sentido muy cerca a Ortensia, quien<br />

la había cuidado y consolado como a una hermana, corrió a verla enseguida, para cuidarla<br />

a su vez.<br />

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