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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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afirmaciones y las revelaciones de Zummo. Y Granella ahora se sentía solo: solo y<br />

fastidiado, como si todos lo hubieran abandonado, los muy cobardes.<br />

Antes de que la alta colina, donde surge la ciudad, se desplome sobre un terreno en<br />

pendiente, con un amplio valle al fondo, la vista del patio desierto con aquella única<br />

farola, cuya llama vacilaba como asustada por las densas tinieblas que subían del valle, no<br />

estaba hecha claramente para alentar a un hombre con la fantasía un poco alterada. No<br />

pudo alentarlo más la luz de una única vela esteárica, que —quién sabe por qué—<br />

parpadeaba, ardiendo, como si alguien la estuviera soplando para apagarla. (Granella no<br />

se daba cuenta de que tenía una angustia de caballo y de que él mismo soplaba con la<br />

nariz sobre la vela).<br />

Atravesando las muchas habitaciones vacías, silenciosas, sonoras en su oquedad, para<br />

entrar en aquella donde había colocado algunos muebles, mantuvo la mirada fija en la<br />

llama temblorosa, resguardada con una mano, para no ver la sombra de su propio cuerpo<br />

monstruosamente ampliada, huidiza por las paredes y el suelo.<br />

<strong>La</strong> cama, las sillas, la cómoda, el lavamanos le parecieron como perdidos en aquella<br />

habitación reformada. Puso la vela sobre la cómoda, obligándose a no ampliar la mirada<br />

hasta la puerta, más allá de la cual las habitaciones vacías se habían quedado en la<br />

oscuridad. El corazón le latía fuerte. Era un hombre bañado en sudor.<br />

¿Qué hacer ahora? Antes que nada, cerrar aquella puerta y ponerle la tranca. Sí,<br />

porque siempre, por costumbre, antes de ir a la cama, él se encerraba así, en la habitación.<br />

Es cierto que, allí, ahora, no había nadie, pero… era la costumbre, ¡se sabe! ¿Y por qué,<br />

mientras tanto, había cogido de nuevo la vela para ir a cerrar aquella puerta en la misma<br />

habitación? ¡Ah… ya, estaba distraído!…<br />

¿No iría bien, ahora, abrir un poquito el balcón? ¡Uff! Se ahogaba por el calor, ahí<br />

dentro… Y además, aún olía a barniz… Sí, sí, un poquito el balcón. Y mientras la<br />

habitación se aireaba, él haría la cama con las sábanas que se había traído.<br />

Así hizo. Pero apenas puso la primera sábana sobre el colchón, le pareció oír como un<br />

toque en la puerta. El pelo se le erizó, un escalofrío le recorrió la espalda, como un<br />

navajazo a traición. ¿Acaso la manzanilla del armazón de hierro de la cama había<br />

golpeado la pared? Esperó un poco, con el corazón revolucionado. ¡Silencio! Pero aquel<br />

silencio le pareció misteriosamente animado.<br />

Granella hizo acopio de todas sus fuerzas, frunció el ceño, sacó de la cintura una de<br />

las pistolas, cogió la vela, abrió la puerta y, con el pelo que le ardía en la cabeza, gritó:<br />

—¿Quién es?<br />

Su voz resonó profundamente en las habitaciones vacías. Y aquel estruendo hizo<br />

retroceder a Granella. Pero se reanimó enseguida; golpeó el suelo con un pie; extendió el<br />

brazo con la pistola empuñada. Esperó un rato, luego se puso a inspeccionar desde la<br />

puerta la habitación de al lado.<br />

En aquella habitación había solamente una escalera, apoyada en la pared de enfrente:<br />

la escalera que los obreros habían utilizado para pegar el papel en las paredes de las<br />

habitaciones. Nada más. Sí, vamos, no podía haber duda: la manzanilla del armazón había<br />

golpeado la pared.<br />

Y Granella volvió a entrar en la habitación, pero con los miembros relajados y tensos<br />

a intervalos, de modo que no pudo, por el momento, seguir haciendo la cama. Cogió una<br />

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