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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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pero seguramente no disponía de tanto dinero como para desperdiciarlo.<br />

<strong>La</strong> pasión por aquella chica era tal que Verona no advertía estas cosas y no se daba ni<br />

cuenta del sacrificio que Silvia tenía que hacer, ciertas noches, quedándose en casa, con la<br />

excusa de que no se encontraba bien.<br />

¡Y ojalá se hubiera quedado siempre en casa! Una de aquellas noches, volvió del<br />

teatro con escalofríos continuos. A la mañana siguiente tosía, con una fiebre violenta. Y a<br />

los cinco días fallecía.<br />

IV<br />

Por la violencia fulminante de aquella muerte, Martino Lori se quedó al principio casi<br />

más asombrado que dolido.<br />

Al llegar la noche, Verona, como molesto por aquel estupor angustioso, por aquel<br />

duelo profundo, que amenazaba con desvanecerse en la demencia, lo empujó fuera de la<br />

cámara mortuoria, lo forzó para que se fuera con la hija, asegurándole que él se quedaría<br />

allí, velando, toda la noche.<br />

Lori se dejó echar, pero luego, ya de noche avanzada, silencioso como una sombra,<br />

volvió a aparecer en la cámara mortuoria y encontró a Verona con el rostro hundido en el<br />

borde de la cama, donde yacía el cadáver, rígido y lívido.<br />

Al principio le pareció que, vencido por el sueño, Verona había inclinado la cabeza<br />

allí, sin darse cuenta; luego, observándolo mejor, se dio cuenta de que el cuerpo de él era<br />

sacudido, como por sollozos ahogados. Entonces el llanto, el llanto que hasta ahora no<br />

había podido escapársele del corazón, lo asaltó furiosamente, viendo al amigo llorar así.<br />

Pero este, de pronto, se levantó en su contra, ardiendo, transfigurado y, como él,<br />

convulso, le tendía las manos para abrazarlo, lo rechazó, lo rechazó realmente con dureza<br />

tosca, con rabia. Tenía que sentirse en gran parte responsable por aquella desgracia,<br />

porque justamente él, cinco noches antes, había forzado a Silvia a que fuera al teatro, y<br />

ahora su alma no soportaba el sufrimiento del amigo. Así pensó Lori, para explicarse<br />

aquella violencia; pensó que el dolor se muestra de modos diversos sobre las almas: a<br />

algunas las aterra, a otras solo las enoja.<br />

Y ni las visitas sin fin de los empleados subalternos, que lo amaban como a un padre,<br />

ni las exhortaciones de Verona, quien le recordaba a la hija perdida en la pena y<br />

preocupada por su padre, sirvieron para despertarlo de aquella especie de aniquilamiento<br />

en el cual había caído, como si el misterio oscuro y crudo de aquella muerte imprevista lo<br />

hubiera rodeado, enrareciéndole la <strong>vida</strong> alrededor.<br />

A Lori le parecía que ahora lo veía todo diferente y que los ruidos le llegaban como<br />

de lejos, y las voces, las voces más conocidas, la del amigo, la de su propia hija, tenían un<br />

sonido que nunca había advertido antes.<br />

Así empezó, poco a poco, a surgir en él de aquel estupor como una curiosidad nueva,<br />

más desapasionada, por el mundo que lo rodeaba, que antes no le había parecido así ni así<br />

lo había conocido.<br />

¿Era posible que Marco Verona siempre hubiera sido como lo veía ahora? Incluso la<br />

persona, el aire del rostro le parecían diferentes. ¿Y su propia hija? ¿Cómo? ¿En serio<br />

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