La vida desnuda - Luigi Pirandello

No recuerdo dónde he leído sobre una antigua creencia del Gran Año, según la cual la
vida tiene que reproducirse idéntica, incluso en los mínimos particulares, cada treinta mil
años, con los mismos hombres, en las mismas condiciones de existencia, sujetos a la
misma suerte que antes y no solamente dotados de los sentimientos de antaño, sino
también vestidos con la misma ropa: en suma, una reproducción perfecta.
Sería propenso a imaginar que esta creencia ha tenido origen en el sueño de dos seres
felices, pero luego no consigo explicarme por qué han querido asignar un periodo tan
largo a la vuelta de su felicidad. Claro, la idea no podía ocurrírsele a un desgraciado, y tal
vez a nadie hoy en el mundo le agradaría la certeza de que, de aquí a treinta mil años, se
repetirá esta bella bufonada de nuestra existencia. Lo fuerte es morir. Una vez muerto,
creo que nadie desearía renacer. ¿Qué opinas, Momito? Ah, tú, ya, tienes aquí a tu mujer;
me olvidaba. Siempre hay que hablar por cuenta propia en este mundo.
…Mientras escribo, en el vaso de agua de la mesa ha caído un insecto asqueroso,
delgado, con las alas planas, con seis patas, de las cuales las dos últimas son largas, muy
finas, adecuadas para saltar. Me divierto al verlo nadar como un desesperado, y observo
con admiración cuánta confianza conserva en la ágil virtud de sus dos patas. Ciertamente
morirá obstinándose en creer que ellas son muy capaces de saltar también en los líquidos,
pero que algo pegado a las extremidades le dificulta el salto; de hecho, al revelarse vanos
todos sus esfuerzos, con las patas adelante, limpiándolas vivazmente, intentará liberarse.
Lo salvo, Momito, ¿sí o no?
Si lo salvo sin duda atribuirá el mérito a sus patas: ¡entonces que se ahogue! ¿Y si en
cambio fuera una graciosa mariposita resignada a morir? La habría sacado hace mucho
rato, con cuidado… ¡Oh, caridad humana corrupta por la estética!
Insecto infeliz, aquí tienes tu operación de salvamento: pongo la punta de este
bolígrafo en el agua, luego haré que te seques un poco al calor de la lámpara y finalmente
te pondré fuera, en la ventana. Pero, si me lo permites, no me beberé el agua donde has
caído. Y de aquí a poco tú, nuevamente atraído por la luz, tal vez volverás a entrar en la
habitación y vendrás a picarme con tu probóscide venenosa. Cada uno hace su trabajo en
la vida: yo, he hecho el del caballero y te he salvado. ¡Adiós!
Noche serena. Me entretengo un poco asomado a la ventana contemplando las
estrellas resplandecientes.
Zrì, de vez en cuando. Es un murciélago invisible, que vuela curioso, aquí, ante la
habitación luminosa abierta en la oscuridad de la plaza desierta. Zrì, y parece que me
pregunte: «¿Qué haces?».
—¡Le escribo a un muerto, amigo murciélago! ¿Y tú qué haces? ¿Qué es esta vida
tuya noctámbula? Vuelas, y no lo sabes; como yo, por otro lado, no se qué es de mi vida;
yo que sin embargo sé tantas cosas, que en el fondo no me han prestado otro servicio que
acrecentar el misterio, ante mis ojos y ante mi mente, ampliándolo con los conocimientos
de la presunta ciencia: ¡un hermoso servicio, en serio!
¿Qué dirías, amigo murciélago, si a un símil tuyo se le ocurriera descubrir un aparato
que, colocado debajo de tus alas, te hiciera volar más alto y más rápido? Quizás al
principio te gustaría, pero, ¿y luego?
Lo que importa no es volar más rápido o más lento, más alto o más bajo, sino saber
por qué se vuela.
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