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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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El caballero Decenzio Cappadona se había alejado, tosco, y con el látigo se<br />

desahogaba contra la inocente ruca blanca y la cerraja de flores amarillas que crecían<br />

entre las grietas del antiguo pretil que impedía el acceso a la estación.<br />

—¡Marcocci! —tronó en aquel momento el caballero Zegretti, poniéndose en la<br />

puerta de la sala de espera, furibundo.<br />

El pobre secretario, aplastado por el encargo que le habían confiado los ex<br />

consejeros, llegó como un perro que husmea en el aire la paliza inminente.<br />

—¡Un coche!<br />

—Espere… perdone, señor caballero… —intentó decir Marcocci—. Si… si usted<br />

quisiera… decían aquellos señores… antes de entrar en el pueblo… aquí mismo… decían<br />

aquellos señores… porque, ¿usted lo ha visto?, está aquí… aquel que… el ex alcalde,<br />

¿usted lo ha visto? Ahora, decían aquellos señores…<br />

—¡En fin, explíquese! —le gritó Zegretti.<br />

—Sí, sí, señor… aquí mismo, se podría… si usted quisiera… decían… llamar a un…<br />

¿cómo se llama?… y cortarse… un poquito al menos… los bigotes solamente, señor<br />

caballero, decían aquellos señores…<br />

—¿Qué? —rugió el caballero Zegretti y se puso ante él, como para hacer que le<br />

explotara encima toda su cólera y su desdén—. ¿Usted sabe que ahora yo soy la primera<br />

autoridad del pueblo?<br />

—¡Sí, señor! ¡Sí, señor! ¿Cómo no lo iba a saber?<br />

—¿Y entonces? ¡Pida un coche! ¡Andando!<br />

Y se puso en camino, con el pecho por delante, ceñudo, con los bigotes al aire y la<br />

nariz al viento.<br />

Naturalmente en Costanova pasó lo que los miembros del consejo disuelto habían,<br />

desgraciadamente, previsto.<br />

Venganza más violenta que aquella el diputado Mazzarini, como socialista, no podía<br />

llevar a cabo, no solamente contra el caballero Decenzio Cappadona —su adversario<br />

acérrimo— sino también contra la autoridad constituida.<br />

¿El pueblo de Costanova era retrógrado, conservador? ¡Había dos reyes allí! Uno era<br />

el retrato del otro, y estaban armados uno en contra del otro.<br />

Ahora, como un león en una jaula, el caballero Zegretti, en la sala magna del<br />

ayuntamiento, pensaba en el empeño que había puesto aquel diputado en Roma para que<br />

él y no otro fuera enviado como comisario real a Costanova; pensaba en la gran<br />

satisfacción que había sentido por aquel encargo y se consumía de la rabia, se enrollaba<br />

los bigotes hasta retorcerse los labios de un lado y del otro, se estiraba la gran perilla, se<br />

clavaba las uñas en las palmas de las manos, ¡estaba colérico!<br />

¿Cómo ejercería de comisario real en aquel pueblo, donde no podía mostrarse sin<br />

provocar una explosión de risas?<br />

Si no estuviera allí aquel ex alcalde, ciertamente él inspiraría mayor reverencia con su<br />

aspecto, que denotaba devoción a la monarquía, culto incluso fanático a la memoria del<br />

Gran Rey. Pero ahora… así… ¿Y si alguien escribía a los diarios de Roma? ¿Y si algún<br />

diputado hablaba de ello en la Cámara?<br />

Con semejantes pensamientos, el caballero Zegretti sentía cómo le crecía poco a poco<br />

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