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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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aquella mujer abandonada a sí misma, que todavía dejaba entender en los ojos el tesoro de<br />

afectos que guardaba en su corazón, no requeridos y quizás ni sospechados por su marido;<br />

la vista de aquellos niños que crecían sin guía paterna. Y se había incluso negado a<br />

escrutar en los ojos de Flavia o a recibir de alguna palabra de ella una señal fugaz, una<br />

prueba aún leve de que ella, de joven, se había dado cuenta del cariño que le había<br />

inspirado. Pero esta prueba, no buscada, no querida, se le había ofrecido por sí misma en<br />

una de aquellas ocasiones, en las cuales la naturaleza humana corta y rompe toda<br />

imposición, se desembaraza de cualquier freno social y se descubre tal como es, un<br />

volcán que durante muchos inviernos ha permitido que le cayera nieve y nieve y nieve<br />

encima y de repente tira aquel mantón helado y descubre el sol en sus vísceras ardientes.<br />

Y la ocasión había sido precisamente la enfermedad del niño. Sumergido en sus negocios,<br />

Gabriele no había ni sospechado la gravedad del mal y había dejado a su esposa sola,<br />

temiendo por la <strong>vida</strong> del hijo. Flavia, en un momento de angustia suprema, casi delirante,<br />

había hablado, se había desahogado con él, le había dejado entrever que ella lo había<br />

entendido todo, siempre, siempre, desde el primer momento.<br />

¿Y ahora?<br />

—¡Dígame, por caridad, doctor! —insistió Flavia, exasperada, al verlo tan<br />

trastornado y silencioso—. ¿Es muy grave?<br />

—Sí —contestó él, hosco, bruscamente.<br />

—¿El corazón? ¿Cuál es la gravedad? ¿Así, de repente? ¡Dígamelo!<br />

—¿<strong>La</strong> ayudará saberlo? Son términos científicos: ¿qué entendería?<br />

Pero ella quiso saber.<br />

—¿Es irremediable? —preguntó después.<br />

Él se quitó las gafas, entrecerró los ojos y exclamó:<br />

—¡Ah, no así, no así, créame! Quisiera poderle dar mi <strong>vida</strong>.<br />

Flavia se puso palidísima, miró al marido y dijo más con el rostro que con la voz:<br />

—Cállese.<br />

—Quiero que sepa —añadió él—. Pero ya me entiende, ¿no es cierto? Todo, todo lo<br />

que esté en mis manos… Sin pensar en mí, en usted…<br />

—Cállese —repitió ella, horrorizada.<br />

Pero él continuó.<br />

—Confíe en mí. No tenemos nada que reprocharnos. Él no sospecha el mal que me<br />

hizo y no lo hará. Tendrá todos los cuidados que pueda prestarle el amigo más devoto.<br />

Flavia, alterada, trémula, no quitaba los ojos del marido.<br />

—¡Se despierta! —exclamó de repente.<br />

Sarti se volvió a mirar.<br />

—No…<br />

—Sí, se ha movido… —añadió ella despacio.<br />

Se quedaron un rato embelesados, a la espera. Luego él se acercó al canapé, se inclinó<br />

sobre el yaciente, le cogió la muñeca y dijo:<br />

—Gabriele… Gabriele…<br />

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