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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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feliz, créeme! ¡Créeme! ¡Nunca os pediré nada, Carlino, nunca jamás! ¡Concededme la<br />

gracia, por caridad! ¿De acuerdo? ¿De acuerdo?<br />

Carlino evitaba mirarla, girando la cabeza, y levantaba un hombro y abría y cerraba<br />

las manos y resoplaba.<br />

Antes de nada, vamos, era fácil entender que él, así de repente, y sin consultarle al<br />

otro, no podía darle ninguna respuesta. Y luego, sí, decirlo era muy sencillo: ningún<br />

problema, ningún peso. ¡El peso, el problema serían lo de menos! Era la responsabilidad,<br />

la responsabilidad de una <strong>vida</strong>, por Dios, que le pertenecía a uno de los dos; pero no se<br />

podía saber a quién. ¡Ahí estaba, era eso! ¡Era eso!<br />

—¿No me corresponde a mí, Carlino? —contestó rápida, con ardor, Melina—. ¡Por<br />

supuesto que me pertenece a mí! Y la responsabilidad… ¿por qué tenéis que asumirla<br />

vosotros? Yo la asumo, te digo, por completo.<br />

—¿Y cómo? —gritó el joven.<br />

—¿Cómo? ¡Tal cual, la asumo! ¡Escúchame, por caridad! ¡Mira, de aquí a diez años,<br />

quién sabe cuántas cosas os habrán pasado a vosotros dos! De aquí a diez años… Y<br />

aunque quisierais seguir así, los dos juntos, de aquí a diez años, ¿qué será de mí?<br />

Seguramente ya no seré buena para vosotros; os habréis cansado de mí. Pues bien: hasta<br />

los diez años mi hijo todavía será un niño, y no os dará problemas ni supondrá ningún<br />

gasto, porque yo proveeré todo con mi trabajo. ¿Entiendes que ahora que he aprendido a<br />

trabajar, no puedo desaprovecharlo? El niño estará conmigo; me dará consuelo y<br />

compañía; y luego, cuando vosotros no me queráis más, al menos lo tendré a él, lo tendré<br />

a él, ¿entiendes? Lo sé: no debes ni puedes decirme que sí, por el momento, sin<br />

consultarlo. ¿Por qué te lo he dicho primero a ti y no a Tito? ¡No lo sé! El corazón me ha<br />

sugerido que lo hiciera así. ¡Tito también es tan bueno! Habla tú con él, como consideres<br />

oportuno, cuando creas conveniente. Yo estoy aquí, en vuestras manos. No diré nada más.<br />

Haré como decidáis.<br />

Carlino Sanni habló con Tito Morena al día siguiente. Se mostró muy fastidiado con<br />

Melina, y realmente creía estar enfadado con ella; pero apenas vio a Tito de acuerdo con<br />

él en rechazar la propuesta de Melina, se dio cuenta de que no estaba molesto por ella<br />

sino porque preveía la oposición de Tito. Preveía su oposición; sin embargo, tal vez<br />

esperaba que Tito asumiera —en contra de él— el papel de consentir a Melina; es decir,<br />

el mismo papel que asumiría él si no temiera empeorar la situación. Se molestó por el<br />

acuerdo súbito, y Tito se quedó aturdido por aquella rabia inesperada; lo miró un rato; le<br />

preguntó:<br />

—Perdona, ¿no estás de acuerdo con lo que yo digo?<br />

Y Carlino:<br />

—¡Sí! ¡Sí! ¡Sí!<br />

En verdad, al razonar sobre ello, no podían no estar de acuerdo. También tenían en<br />

común el sentimiento. Pero ese sentimiento, en lugar de ponerlos de acuerdo, no<br />

solamente los separaba, sino que los volvía enemigos.<br />

Tito, que estaba más calmado en aquel momento, entendió bien que, si el sentimiento<br />

irrumpía, seguramente provocaría enseguida una ruptura definitiva entre ellos; por eso<br />

hubiera querido dejar la conversación allí, donde su razón y la del amigo, fría y<br />

superficialmente, podían estar de acuerdo.<br />

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