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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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Adelaide, desde la cama:<br />

—¡Imbécil!<br />

<strong>La</strong> sombra se había espesado en la habitación. Y en aquella sombra destacaba solo un<br />

pañuelo blanco en las rodillas de la madre, y el blanco de la sábana doblada en la cama de<br />

Adelaide. En los cristales de la ventana se veía la palidez del final del crepúsculo.<br />

—Mientras tanto —continuó la madre, que ya casi no se veía—, el adelanto… Le has<br />

dicho que no lo necesitabas…<br />

—¡Ya! ¿Cómo harás? —añadió Adelaide.<br />

Nenè miró primero a una y luego a la otra, levantó los hombros y dijo:<br />

—¡Es muy sencillo! No le haré las bolsitas.<br />

—¿Cómo? ¡Si te has comprometido! —dijo la madre.<br />

Y Nenè:<br />

—Me daré el gusto de que se case sin bolsitas. ¡Oh, además a ella no se las hago, no,<br />

no, no! ¡Quiero darme este gusto! ¡No se las hago!<br />

Su madre y su hermana no insistieron, convencidas de que, a la mañana siguiente,<br />

pensándolo mejor, Nenè se procuraría la tela a crédito para aquel trabajo que tanto<br />

necesitaban. Pero durante toda la noche Nenè se agitó continuamente en la cama. El<br />

dueño del piso llegó pronto por la mañana y se llevó todo el dinero.<br />

—¿Llueve, Nenè?<br />

Aquel día también llovía, y había llovido toda la noche.<br />

Nenè hizo su cama; ayudó a la madre a vestirse y a sentarse despacio en el sillón;<br />

hizo también la cama de ella y arregló la de Adelaide, que quiso intentar sentarse,<br />

sostenida por las almohadas. ¿Por qué? Si no había nada que hacer…<br />

Se quedaron en silencio un largo rato. Luego la madre dijo:<br />

—¡Nenè, péinate al menos! ¡No puedo verte tan descuidada!<br />

—Me peino, ¿y luego qué? —preguntó Nenè, sacudiéndose.<br />

—Y luego… luego te arreglas un poco —añadió la madre—. ¿De verdad no quieres<br />

ir a buscar la tela para aquellas bolsitas?<br />

—¿Dónde voy? ¿Con qué voy? —gritó Nenè, poniéndose de pie, nerviosamente.<br />

—Podrías ir a verla…<br />

—¿A quién?<br />

—A tu amiga, con alguna excusa…<br />

—¡Oh, gracias!<br />

—Ya sabes —dijo entonces la madre, cansada— por mí, podrías dejarme morir así,<br />

¡sería mejor!<br />

Nenè no contestó al momento; pero en aquel breve silencio sintió la exasperación<br />

crecer en su interior; finalmente prorrumpió:<br />

—¡Pero si no basto! ¡No basto! ¿No lo veis? ¡Me mato trabajando y, para ir más<br />

rápido, en lugar de ganar dinero, tengo que pagarle la indemnización a aquella bruja<br />

teñida! Y ahora las bolsitas a la novia jirafa, que las quiere hermosas… ¡No puedo más!<br />

¿Qué <strong>vida</strong> es esta?<br />

Entonces Adelaide saltó de la cama, pálida, decidida:<br />

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