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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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—¿Diez años? —se arriesgaba, incierto, Butera, sonriendo con aire de indulgente<br />

superioridad.<br />

—Doce —concedía Scala—, veinte incluso, algunas veces. Bien, ¿qué se hace con<br />

esto? ¿Qué fruto se puede sacar en tan poco tiempo? Por rápidos y afortunados que<br />

seamos, en veinte años no hay manera ni de recuperar los gastos necesarios para explotar<br />

una azufrera como Dios manda. Esto para decirles que, si en el comercio se da una<br />

demanda menor, si es posible que el propietario cultivador afloje la producción para no<br />

rebajar la mercancía, nunca será posible para el arrendatario a corto plazo, quien,<br />

haciéndolo, sacrificaría sus intereses en beneficio del sucesor. De aquí el empeño, la saña<br />

del arrendatario en producir cuanto más pueda, ¿me explico? Luego, desprovisto de<br />

medios como sucede casi siempre, debe por fuerza comerciar su producto enseguida, a<br />

cualquier precio, para seguir trabajando, porque si no trabaja, lo saben, el propietario le<br />

quita la azufrera. Y como consecuencia, como dice Nino Mo: el azufre se va abajo, abajo,<br />

abajo, como si fuese una piedrota vil. Por otra parte, don Nocio, usted que ha estudiado, y<br />

tú, Tino Làbiso: ¿sabrían decirme qué diablos es el azufre y para qué sirve?<br />

Hasta Lopes, frente a esta pregunta engañosa, miraba con los ojos muy abiertos. Nino<br />

Mo se metía las manos inquietas en los bolsillos, como si quisiera buscar rabiosamente la<br />

respuesta, mientras Tino Làbiso sacaba como siempre el pañuelo para sonarse la nariz y<br />

ganar tiempo, hombre prudente cual era.<br />

—¡Oh sí! —exclamaba mientras tanto Nocio Butera, incómodo él también—. Sirve…<br />

sirve para… para fumigar con azufre la vid, sirve.<br />

—Y… y también para… ya, para los fósforos de madera, me parece —añadía Tino<br />

Làbiso doblando el pañuelo con suma diligencia.<br />

—Me parece… me parece… —reía sarcásticamente don Mattia Scala—. ¿Qué les<br />

parece? ¡Es precisamente así! Nosotros solo conocemos estos dos usos. Pregunten a quien<br />

quieran: nadie sabrá decir para qué más sirve el azufre. Y mientras tanto trabajamos, nos<br />

matamos excavando, después lo transportamos hasta los puertos, donde tantos barcos a<br />

vapor ingleses, americanos, alemanes, franceses, incluso griegos, están listos con las calas<br />

abiertas como bocas para tragárselo, un gran silbido, y ¡adiós! ¿Qué harán allá en sus<br />

países? Nadie lo sabe, ¡nadie se preocupa por saberlo! Y nuestra riqueza, entre tanto, la<br />

que tendría que ser la riqueza nuestra, se va así de las venas de nuestras montañas<br />

destripadas y nosotros nos quedamos aquí, como tantos ciegos, como tantos tontos, con<br />

los huesos rotos por la fatiga y los bolsillos vacíos. Única ganancia: nuestros campos<br />

quemados por el humo.<br />

Los cuatro amigos se quedaban mudos, como oprimidos por una condena de miseria<br />

perpetua, frente a esta vivaz y muy evidente demostración de la ceguera con la cual se<br />

ejercían la industria y el comercio de aquel tesoro concedido por la naturaleza y alrededor<br />

del cual ardían tanta molestia, tanta guerra por el lucro, insidiosa y despiadada.<br />

Entonces Scala, retomando el discurso inicial, exponía todos los otros fardos que<br />

tenía que cargar un pobre arrendatario de azufreras. Él sabía de qué se trataba haberlo<br />

lastimosamente experimentado. Además del alquiler a corto plazo, estaba el destajo, o sea<br />

la cuota de alquiler que tenía que ser pagada in natura, sobre el producto bruto, al<br />

propietario del suelo (a quien no le importaba en absoluto si el yacimiento era rico o<br />

pobre, si las zonas estériles eran ralas o frecuentes, si el subterráneo estaba seco o<br />

anegado, si el precio era alto o bajo, si en suma la industria era o no remunerativa).<br />

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