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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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Con una rapidez inmediata, rompió dos sacos y los cosió juntos por el lado más largo;<br />

al de arriba le hizo un corte por delante; con el tercero hizo las mangas y las cosió en<br />

torno a dos agujeros practicados en el primer saco, cerró las aberturas, de manera que<br />

quedara el espacio para el cuello. Hizo un fardo, cogió la tela de algodón roja y se fue, sin<br />

despedirse de nadie.<br />

Casi una hora después se difundió en todo el pueblo la noticia de que Spatolino,<br />

enloquecido, se había plantado como la estatua del Cristo de la Columna, allá, en la<br />

capilla nueva, en la avenida, frente a la villa de Ciancarella.<br />

—¿Cómo plantado? ¿Qué quiere decir?<br />

—¡Sí, él, como el Cristo, dentro de la capilla!<br />

—¿Habla en serio?<br />

—¡En serio!<br />

Y todo el pueblo se fue a verlo, dentro de la capilla, detrás de la cancilla, embutido en<br />

aquella túnica con las marcas del almacén aún estampadas, la tela de algodón rojo en los<br />

hombros como una capa, una corona de espinas en la cabeza y una vara en la mano.<br />

Tenía la cabeza baja, inclinada a un lado y los ojos clavados en el suelo. No se alteró<br />

de ninguna manera, ni por las risas, ni por los silbidos, ni por los gritos frenéticos de la<br />

masa que crecía poco a poco. Más de un golfillo le tiró una cáscara; muchos, ahí, delante<br />

de sus narices, le lanzaron injurias muy crueles: él, sordo, inmóvil, como una verdadera<br />

estatua, solamente parpadeaba de vez en cuando.<br />

Ni sirvieron para moverlo los rezos primero, las imprecaciones después, de su mujer<br />

llegada con las otras del vecindario, ni el llanto de sus hijos. Fue necesaria la intervención<br />

de dos guardias que, para poner fin a aquella juerga, forzaron la cancilla de la capilla y<br />

arrestaron a Spatolino.<br />

—¡Déjenme! ¿Quién es más Cristo que yo? —se puso entonces a gritar Spatolino,<br />

forcejeando—. ¿No ven cómo se mofan de mí y cómo me injurian? ¿Quién es más Cristo<br />

que yo? ¡Déjenme! ¡Esta casa es mía! ¡Me la he construido yo, con mi dinero y con mis<br />

manos! ¡He sudado mi sangre aquí! ¡Déjenme, judíos!<br />

Pero aquellos judíos no quisieron dejarlo antes de la noche.<br />

—¡A casa! —le ordenó el delegado—. ¡Vete a casa, y pórtate bien!<br />

—Sí, señor Pilato —le contestó Spatolino, haciéndole una reverencia.<br />

Y, agachado, volvió a la capilla. Imitando la postura de Cristo, pasó toda la noche y<br />

no se movió jamás.<br />

Lo tentaron con el hambre, lo tentaron con el miedo, con el escarnio: en vano.<br />

Al final lo dejaron tranquilo, como un pobre loco que no hacía daño a nadie.<br />

VI<br />

Ahora hay quien le lleva el aceite para la lámpara; hay quien le lleva comida y<br />

bebida; algunas mujeres, poco a poco, empiezan a llamarlo santo y van a encomendársele<br />

para que rece por ellas y por los suyos; otras le han llevado una túnica nueva, menos<br />

tosca, y le han pedido en compensación tres números para jugar a la lotería.<br />

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