20.09.2017 Views

La vida desnuda - Luigi Pirandello

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

Me quedaba helado ante la impresión que les causaban mis preguntas frecuentes<br />

sobre algunos que, o habían desaparecido, o no merecían que uno como yo se interesara<br />

por ellos.<br />

¡Uno como yo!<br />

No veían, no podían ver que yo resucitaba aquellas preguntas desde un tiempo<br />

remoto y que los compañeros sobre los cuales preguntaba aún eran mis compañeros de<br />

entonces.<br />

Me veían como era ahora; y cada cual seguramente me veía a su manera; ¡y sabían<br />

qué había sido de los demás —ellos sí, lo sabían—, a qué se habían reducido! Algunos<br />

habían muerto, poco después de mi alejamiento del pueblo, y casi no se guardaba<br />

memoria alguna de ellos; ahora, como una imagen desteñida, atravesaban el tiempo que<br />

para ellos ya no existía, pero no conseguían volver a la <strong>vida</strong> ni por un instante y se<br />

quedaban como sombras pálidas de mi sueño lejano; otros habían acabado mal, prestaban<br />

servicios para sobrevivir y trataban respetuosamente de usted a quienes de niños o de<br />

jóvenes tuteaban; otros habían estado en prisión, por robo, y uno, Costantino, ahí estaba:<br />

guardia de la ciudad, un impertinente que se divertía delatando las infracciones de todos<br />

sus antiguos compañeros de escuela.<br />

Pero experimenté una sorpresa aún más viva al descubrirme de repente amigo íntimo<br />

de un fulano que juraría no haber conocido nunca, o haber conocido apenas, o de otros de<br />

quienes conservaba un recuerdo ingrato o de antipatía instintiva o de tonta rivalidad<br />

infantil.<br />

Y mi amigo más íntimo, según la mayoría, era un tal doctor Palumba, a quien nunca<br />

había oído nombrar, quien —pobrecito— hubiera venido a recibirme a la estación si no<br />

hubiera perdido a su esposa tres días atrás. Aunque hundido en el duelo de la muy<br />

reciente desgracia, el doctor Palumba había preguntado a los amigos que iban a darle el<br />

pésame si yo había llegado, si estaba bien, dónde me alojaba, por cuánto tiempo tenía<br />

intención de quedarme en el pueblo.<br />

Todos, con conmovedora unanimidad, me informaron de que no pasaba día sin que<br />

aquel doctor Palumba hablara largamente de mí, narrando con todo lujo de detalles no<br />

solamente los juegos de mi infancia, las travesuras de cuando era estudiante y luego las<br />

primeras e ingenuas aventuras juveniles, sino también todo lo que había hecho desde que<br />

me había ido del pueblo, porque siempre había preguntado sobre mí a quienes podían<br />

darle noticias mías. Y me dijeron que demostraba tanto afecto y una simpatía tan ardiente<br />

hacia mí en aquellos relatos que yo —aunque sentía hacia algunos de ellos cierta<br />

incomodidad y también desdén y envilecimiento, porque o no conseguía reconocerme o<br />

me veía representado de una manera que más tonta y ridícula no podía imaginarse— no<br />

tuve el coraje de rebelarme y protestar:<br />

«¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Quién es este Palumba? ¡Nunca antes he oído su nombre!».<br />

Estaba convencido de que, si lo decía, todos se alejarían de mí con miedo, corriendo a<br />

anunciar a los cuatro vientos:<br />

«¿Saben? ¡Carlino Bersi ha enloquecido! ¡Dice que no conoce a Palumba, que nunca<br />

lo conoció!».<br />

O quizás pensarían que por aquella pequeña gloria que unos cuadros míos me han<br />

procurado, me avergüenzo ahora de la tierna, devota y constante amistad del humilde y<br />

querido doctor Palumba.<br />

437

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!