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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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Pero su ingenua bondad le explicaría también el trato muy diferente que Gualdi<br />

empleaba tanto con Verona como con Ginetta; aunque parecía que la mujer le había<br />

llegado a aquel de parte del amigo, y no de parte de él, que era el padre… Realmente<br />

había sido así, pero Verona…<br />

Ahí estaba: Martino Lori no sabía explicarse el comportamiento de Verona.<br />

Ahora que se había quedado solo en casa y que ya no tenía despacho, porque se había<br />

jubilado para complacer a su yerno, ¿Marco Verona no tendría que prodigarle con mayor<br />

premura el consuelo de la amistad fraternal, con la cual por tantos años había querido<br />

honrarlo?<br />

Verona iba cada día a ver a Ginetta, a la villa de Gualdi y a verlo a él, a su amigo, no<br />

había ido más después del día de la boda, ni una vez por equivocación. ¿Acaso se había<br />

cansado de verlo aún encerrado en el antiguo duelo, y siendo ya viejo él también, prefería<br />

ir donde gozaba, es decir, donde Ginetta, por obra suya, parecía feliz?<br />

Sí, podía ser. Pero, ¿por qué, cuando iba a ver a su hija y se lo encontraba en la mesa<br />

con ella y con el yerno, como si fuera alguien de la casa, era recibido por él casi con<br />

desprecio, fríamente? ¿Podía ser que esta impresión de hielo le fuera dada por el lugar,<br />

por aquel comedor vasto, brillante de espejos, espléndidamente decorado? ¡Qué! ¡No!<br />

¡No! Verona no solamente se había alejado; el trato, el trato de él había cambiado; apenas<br />

le estrechaba la mano, apenas lo miraba y continuaba conversando con Gualdi, como si<br />

nadie hubiera entrado.<br />

Por poco no lo dejaban de pie, allí, frente a la mesa. Solo Ginetta le dirigía unas<br />

palabras, de vez en cuando, pero así, como quien no quiere la cosa, para que no se pudiera<br />

decir que nadie le prestaba atención.<br />

Con el corazón encogido por una angustia inexplicable, confundido y rebajado,<br />

Martino Lori se marchaba.<br />

¿El yerno no debía mostrarle realmente ningún respeto, ninguna atención? ¿Todas las<br />

fiestas y las invitaciones eran para Verona, porque era rico e ilustre? Pero si tenía que<br />

seguir siendo así, si los tres querían continuar recibiéndolo cada noche de aquella manera,<br />

como una molestia, como un intruso, dejaría de ir; ¡no, no, por Dios, no iría jamás!<br />

Quería ver qué harían aquellos señores, los tres, entonces.<br />

Pues bien, pasaron dos días; pasaron cuatro o cinco; pasó una semana entera y ni<br />

Verona, ni el yerno, ni tampoco Ginetta, nadie, ni un sirviente fue a interesarse por él, por<br />

si acaso estuviera enfermo…<br />

Con los ojos sin mirada, vagando por la habitación, Lori se rascaba continuamente la<br />

frente con los dedos inquietos, como para despertar la mente de la torpeza angustiosa en<br />

la cual había caído. No sabía qué más pensar y así revivía el pasado con el alma perdida.<br />

De pronto, sin saber por qué, el pensamiento se le detuvo en un recuerdo lejano, en el<br />

recuerdo más triste de su <strong>vida</strong>. En aquella noche funesta ardían cuatro cirios y Marco<br />

Verona, con el rostro hundido en el borde de la cama, donde yacía Silvia muerta, lloraba.<br />

De repente fue como si, en su alma trastornada, aquellos cirios fúnebres se<br />

escabulleran y encendieran un lívido relámpago que le aclaraba horriblemente toda su<br />

<strong>vida</strong>, desde el primer día en que Silvia se le había presentado, acompañada por Marco<br />

Verona.<br />

Sintió que las piernas lo abandonaban y le pareció que toda la habitación diera vueltas<br />

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