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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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la región del espacio… la región del espacio donde… donde ruedan mundos, mundos…<br />

—¡Cállese! —continuaba gritándole <strong>La</strong>mella con voz ahogada, sacudiéndolo—.<br />

¡Permanezca en silencio!<br />

Sabato entonces, como reacción, intentó levantarse, violento; no pudo; alzó un brazo;<br />

gritó:<br />

—Dos hijas… esta mujer… me arrojó dos hijas a la perdición… ¡Dos hijas!<br />

<strong>La</strong>s dos monjas llegaron, suplicándole que se calmara, que se callara, que perdonara;<br />

él se animó de nuevo, empezó a decir que sí, que sí con la cabeza, esperando el llanto que<br />

al final prorrumpió de la garganta cerrada, al principio con un maullido, luego en sollozos<br />

tremendos. Poco a poco se calmó, exhortado por las dos monjas; después, sin recordar<br />

que había dejado la americana arriba en la terraza, empezó a hurgarse en el pecho con una<br />

mano.<br />

—¿Qué busca? —le preguntó <strong>La</strong>mella.<br />

Mirando, perdido, a las dos monjas y a su antiguo alumno, ora al uno ora a las otras,<br />

contestó:<br />

—Me han mandado una carta. <strong>La</strong>s dos. Querían ver a su madre. Me han mandado una<br />

carta.<br />

Entornó los ojos y aspiró con la nariz, larga y deliciosamente, acompañando la<br />

aspiración con un gesto expresivo de la mano:<br />

—Qué perfume… qué perfume… <strong>La</strong>uretta, desde Turín… <strong>La</strong> otra, desde Génova…<br />

Extendió una mano y aferró el brazo de <strong>La</strong>mella.<br />

—A la que tú amabas…<br />

<strong>La</strong>mella, mortificado frente a las dos monjas, se ensombreció.<br />

—Giovannina… Vanninella, sí… Célie… ah ah ah… Célie Bouton… Tú la<br />

amabas…<br />

—¡Cállese, profesor! —rugió <strong>La</strong>mella, contrahecho por la ira y por el desdén.<br />

Sabato encogió la cabeza entre los hombros, por miedo, pero miró enseguida desde<br />

abajo al antiguo alumno, con malicia:<br />

—Tienes razón, sí… Enrichetto, no me haces daño… tienes razón… ¿<strong>La</strong> has<br />

escuchado en el Olympia? Mets-la en trou, mets-la en trou…<br />

<strong>La</strong>s dos monjas levantaron las manos como para taparse los oídos, con una expresión<br />

de conmiseración, y volvieron a la habitación de la difunta, cerrando la puerta tras de sí.<br />

Arrodilladas de nuevo a los pies del lecho fúnebre, escucharon durante un largo rato<br />

la disputa entre aquellos dos, que se habían quedado a oscuras.<br />

—¡Le prohíbo recordarlo! —gritaba, ahogado, el joven.<br />

—Ve a mirar las estrellas… ve a mirar las estrellas… —le decía el otro.<br />

—¡Usted es un bufón!<br />

—Sí… ¿y sabes? Vanninella me ha… me ha enviado también un poco de dinero… y<br />

yo no se lo he devuelto, ¿sabes? He ido a Correos, a cobrar el cheque, y…<br />

—¿Y…?<br />

—Y he comprado cerveza para ti, idealista.<br />

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