20.09.2017 Views

La vida desnuda - Luigi Pirandello

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

Esta puntualidad, que consideraba un deber imprescindible, le acrecentaba<br />

terriblemente el suplicio. No le tocaba solamente administrar la justicia, sino<br />

administrarla así, de la nada.<br />

Para poder ser menos obsesivamente puntual, creía que le ayudaba meditar por la<br />

noche. Pero, ni que fuera a propósito, por la noche (cepillando con la mano aquel pelo<br />

suyo de negro y mirando a las estrellas), se le ocurrían todos los pensamientos contrarios<br />

a los que tenía que adaptar a su caso, dada su cualidad de juez instructor; por eso, a la<br />

mañana siguiente, en lugar de beneficiada, veía su puntualidad amenazada y<br />

obstaculizada por aquellos pensamientos de la noche anterior y enormemente acrecentada<br />

la dificultad de mantener aquella odiosa cualidad de juez instructor.<br />

Sin embargo, por primera vez, hacía una semana que un expediente dormía en la<br />

mesa del juez D’Andrea. Y por aquel proceso, que esperaba allí desde hacía tantos días, el<br />

juez vivía una aguda irritación, una tiniebla asfixiante.<br />

Se hundía tanto en esta tiniebla, que los ojos entornados, en cierto momento, se le<br />

cerraban. Con el bolígrafo en la mano y el busto recto, el juez D’Andrea se dormía<br />

entonces, primero empequeñeciéndose, luego entumeciéndose como un gusano de seda<br />

arrugado que no pudiera librarse del capullo.<br />

Apenas se despertaba, o por un ruido o por una caída más fuerte de la cabeza, y los<br />

ojos le iban a aquella esquina de la mesa donde yacía el expediente, giraba el rostro y,<br />

cerrando los labios, inspiraba por la nariz silbante aire, aire, aire y lo enviaba adentro, lo<br />

más adentro que podía, para distender las vísceras contraídas por la exasperación; luego<br />

lo expulsaba abriendo la boca con un amargo estertor y enseguida se llevaba una mano a<br />

la nariz aguileña para subirse las gafas que, por el sudor, se le resbalaban.<br />

Aquel proceso era verdaderamente inicuo: inicuo porque incluía una injusticia<br />

despiadada contra la cual un pobre hombre intentaba desesperadamente rebelarse sin<br />

ninguna probabilidad de salvación. En aquel proceso había una víctima que no podía<br />

culpar a nadie. Había querido culpar a dos jóvenes, los primeros dos que le habían llegado<br />

a las manos y, sí, señores, la justicia tenía que echarles la culpa, culpa, culpa, sin<br />

remisión, rematando así, ferozmente, la iniquidad de la cual aquel pobre hombre era<br />

víctima.<br />

Durante el paseo intentaba hablar de ello con sus colegas, pero estos, apenas él<br />

mencionaba el nombre de Chiàrchiaro (es decir, del que había iniciado el proceso),<br />

alteraban sus rostros y enseguida metían una mano en el bolsillo para apretar una llave, o<br />

a escondidas alargaban el dedo índice y el meñique para hacer los cuernos, o se aferraban<br />

los botones de plata del chaleco, los clavos, los cuernos de coral que pendían de la cadena<br />

del reloj. Algunos, más francos, prorrumpían:<br />

—Por la Virgen Santísima, ¿quieres callarte?<br />

Pero el delgado juez D’Andrea no podía callarse. Se había obsesionado con aquella<br />

instrucción. Necesariamente, volvía al tema. Para recibir alguna iluminación de los<br />

colegas, decía, para discutir sobre el caso así, en abstracto.<br />

Porque, en verdad, era un caso insólito y muy peculiar el de un gafe que demandaba<br />

por difamación a los primeros dos que habían pasado por delante suyo haciendo los<br />

conjuros acostumbrados al cruzarse con él. 29<br />

355

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!