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La vida desnuda - Luigi Pirandello

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—¡Sí! ¡Querrá escucharme a mí! —le contestaba Silvia—. Cuando dice que no, es<br />

que no, ya lo sabes. Por otro lado, a mí no me parece… Trabaja con tanto empeño, con<br />

tanta pasión…<br />

Martino Lori se encogía de hombros.<br />

—¡Pues que así sea!<br />

Pero le parecía que Verona encontraba la serenidad de antes solamente cuando<br />

bromeaba con su pequeña Ginetta, que crecía a ojos vista, florida y vivaz.<br />

Marco Verona tenía unos gestos tan tiernos hacia aquella niña que realmente<br />

conmovían a Lori hasta las lágrimas. Le decía que tuviera mucho cuidado, porque algún<br />

día se la llevaría. En serio, ¡eh!, no bromeaba. Y Ginetta no se lo hacía repetir dos veces:<br />

abandonaría a su padre, a su madre, ¿no es verdad?, hasta a su madre, para irse con él…<br />

Ginetta decía que sí: ¡mala! Por los regalos, ¿eh?, por los regalos que él le hacía a la<br />

mínima ocasión. ¡Y qué regalos! Lori y su mujer sufrían mucho por ello. Silvia, además,<br />

no sabía contenerse y mostraba a Verona que se sentía ofendida. ¿Era envilecimiento de<br />

soberbia? No. ¡Aquellos regalos eran demasiados y demasiado caros y ella no los quería!<br />

Pero Verona, deleitándose con la alegría que Ginetta mostraba por aquellos regalos, se<br />

encogía de hombros, irritado por la pena y las protestas de los Lori, e incluso les decía<br />

con poca cortesía que se callaran y dejaran que la niña disfrutara.<br />

Silvia empezó poco a poco a cansarse de estos modos de Verona y a su marido, que<br />

para justificarlo volvía a insistir sobre el mismo tema, es decir, que el retiro de la <strong>vida</strong><br />

política había sido un grave daño para el amigo, le contestaba que esa no era una buena<br />

razón para que él viniera a desahogar su malhumor en casa de ellos.<br />

Lori hubiera querido hacerle notar a su esposa que, a fin de cuentas, Verona<br />

desahogaba aquel malhumor haciendo feliz a su hija; pero se callaba, para no turbar el<br />

acuerdo que, desde el primer día de la reconciliación, se había establecido entre ellos.<br />

Lo que él, en los primeros años, había encontrado hostil en ella, se había convertido<br />

ahora en una cualidad y en una virtud ante sus ojos. Se sentía llenar y sostener por el<br />

espíritu, la firmeza y la energía de ella, que ahora no se dirigían en contra de él. Y su <strong>vida</strong><br />

le parecía muy llena ahora, y muy sólidamente cimentada, con aquella mujer al lado,<br />

suya, toda suya, entregada a su casa y a su hija.<br />

Consideraba, sí, preciosa en su corazón la amistad con Verona, y por eso hubiera<br />

querido que en el alma de su esposa no se fijara la impresión de que él era inoportuno y<br />

molesto por aquella afección excesiva hacia Ginetta; pero, por otro lado, si esta afección<br />

demasiado invasiva tenía que turbarle la paz de su casa, la buena armonía con su mujer…<br />

Pero, ¿cómo hacérselo entender a Verona, que no quería darse cuenta de la frialdad con la<br />

cual Silvia, ahora, lo recibía?<br />

Con el paso de los años, Ginetta empezó a demostrar una intensa pasión por la<br />

música. Y así Verona, dos o tres veces por semana, en su carroza, llevaba a la chica a este<br />

o aquel concierto; y a menudo, durante la temporada lírica, conspiraba con ella, la<br />

incitaba para que indujera con su gracia a la madre y al padre a acompañarla al teatro, al<br />

palco ya reservado para ella.<br />

Lori, angustiado, incómodo, sonreía; no sabía decir que no, para no descontentar al<br />

amigo y a su hija; pero, Dios santo, Verona tendría que entender que él no podía, tan a<br />

menudo: el gasto no era solamente por el palco y la carroza, Silvia también tenía que<br />

vestirse bien, no podía quedar mal. Sí, él ya era jefe de división, tenía un sueldo discreto,<br />

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