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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Capítulo VIII

lación en el país.

—¿La has despedido de veras?

—Sí. ¿Quién me lo impide? —contestó Ernma.

Después se calentaron en la cocina mientras

les preparaba su habitación.

Carlos se puso a fumar. Fumaba adelantando

los labios, escupiendo a cada minuto, echándose

atrás a cada bocanada.

—Te va a hacer daño —le dijo ella desdeñosamente.

Dejó su cigarro y corrió a beber en la bomba

un vaso de agua fría. Emma, cogiendo la petaca, la

arrojó vivamente en el fondo del armario.

¡Qué largo se hizo el día siguiente!

Emma se paseó por su huertecillo, yendo y

viniendo por los mismos paseos, parándose ante los

arriates, ante la espaldera, ante el cura de alabastro,

contemplando embobada todas estas cosas de

antaño que conocía tan bien.

¡Qué lejos le parecía el baile! ¿Y quién alejaba

tanto la mañana de anteayer de la noche de hoy?

Su viaje a la Vaubyessard había abierto una brecha

en su vida como esas grandes grietas que una

tormenta en una sola noche excava a veces en las

montañas. Sin embargo, se resignó; colocó cuidadosamente

en la cómoda su hermoso traje y hasta sus

zapatos de raso, cuya suela se había vuelto amarilla

al contacto con la cera resbaladiza del suelo. Su

corazón era como ellos; al roce con la riqueza, se le

había pegado encima algo que ya no se borraría.

El recuerdo de aquel baile fue una ocupación

para Emma. Cada miércoles se decía al despertar:

«¡Ah, hace ocho días... hace quince días..., hace tres

semanas, yo estaba allí!»

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