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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Madame Bovary

de lágrimas, resplandecían como luces bajo el agua;

su garganta jadeaba con sollozos entrecortados; jamás

él la había querido tanto; de tal modo que perdió

la cabeza y le dijo:

—¿Qué hay que hacer?, ¿qué quieres?

—¡Llévame! —exclamó ella—. ¡Ráptame!...

¡Oh!, ¡te lo suplico!

Y se precipitó sobre su boca, como para arrancarle

el consentimiento inesperado que de ella se exhalaba

en un beso.

—Pero... —replicó Rodolfo.

—¿Qué?

—¿Y tu hija?

Emma reflexionó unos minutos, después contestó:

—Nos la llevaremos, ¡qué remedio!

—¡Qué mujer! —dijo él viéndola alejarse, pues

acababa de irse por el jardín. La llamaban.

La señora Bovary, los días siguientes, se extrañó

mucho de la metamorfosis de su nuera. En

efecto, Emma se mostró más dócil, a incluso llegó

su deferencia hasta pedirle una receta para poner

pepinillos en escabeche.

¿Era para engañarlos mejor al uno y a la

otra?, ¿o bien que ría, por una especie de estoicismo

voluptuoso, sentir más profundamente la amargura

de las cosas que iba a abandonar? Pero no reparaba

en ello, al contrario; vivía como perdida en la degustación

anticipada de su felicidad cercana. Era un

tema inagotable de charlas con Rodolfo. Se apoyaba

en su hombro, murmuraba:

—¡Eh!, ¡cuando estemos en la diligencia!

¿Piensas en ello? ¿Es posible? Me parece que en el

momento en que sienta arrancar el coche será como

si subiéramos en globo, como si nos fuéramos a las

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