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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Capítulo II

un verdadero santuario, de donde salían después,

elaboradas por sus manos, toda clase de píldoras,

bolos, tisanas, lociones y pociones, que iban a extender

su celebridad por los alrededores. Nadie en

el mundo ponía allí los pies; y él lo respetaba tanto,

que lo barría él mismo. En fin, si la farmacia abierta

al primero que llegaba, era el lugar donde mostraba

su orgullo, la leonera era el refugio en donde,

concentrándose egoístamente, Homais se recreaba

en el ejercicio de sus predilecciones; por eso el atolondramiento

de Justino le parecía una monstruosa

irreverencia, y más rubicundo que las grosellas,

repetía:

—Sí, de la leonera. ¡La llave que encierra los

ácidos y los álcalis cáusticos! ¡Haber ido a coger un

barreño de reserva!, ¡un barreño con tapa! y que

quizá no usaré ya nunca más.

Todo tiene su importancia en las delicadas

operaciones de nuestro arte. Pero ¡demonios!, ¡hay

que hacer distinciones y no emplear para usos casi

domésticos lo que está destinado para los farmacéuticos!

Es como si se trinchase un capón con un

escalpelo, como si un magistrado...

—¡Pero cálmate! —decía la señora Homais.

Y Atalía, tirándole de la levita:

—¡Papá!, ¡papá! —repetía.

—¡No, dejadme! —repetía el boticario—, ¡dejadme!,

¡caramba! Es como si esto fuera abrir una

tienda de comestibles, ¡palabra de honor! ¡Anda!, ¡no

respetes nada!, ¡rompe, haz añicos!, ¡suelta las sanguijuelas!,

¡quema el malvavisco!, ¡escabecha pepinillos

en los tarros!, ¡rompe vendas!

—Pero usted tenía... —dijo Emma.

—Perdone un momento. ¿Sabes a qué te exponías?

¿No has visto nada, en el rincón, a la izquierda,

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