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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Capítulo VII

A día siguiente, domingo, Emma fue a Rouen

a visitar a todos los banqueros cuyo nombre conocía.

Estaban en el campo o de viaje. No se desanimó;

y a aquéllos que pudo encontrar les pedía dinero,

asegurando que le hacía falta, que se lo devolvería.

Algunos se le rieron en la cara, todos la rechazaron.

A las dos corrió a ver a León, llamó a su puerta.

No abrieron. Por fin apareció.

—¿Qué te trae por aquí?

—¿Te molesta?

—No..., pero...

Y él le confesó que al propietario no le gustaba

que se recibiese a «mujeres». Entonces cogió su llave.

Emma lo detuvo.

—¡Oh!, no, allá, en nuestra Casa.

Y fueron a su habitación, en el «Hôtel de Boulogne».

Al llegar ella bebió un gran vaso de agua. Estaba

muy pálida. Le dijo:

—León, me vas a hacer un favor.

Y sacudiéndolo por las dos manos, que le

apretaba fuertemente, añadió:

—¡Escucha, necesito ocho mil francos!

—¡Pero tú estás loca!

—¡Todavía no!

Y enseguida, contando la historia del embargo,

le expresó su angustia, pues Carlos lo ignoraba

todo, su suegra la detestaba, el tío Rouault no podía

hacer nada; pero él, León, iba a ponerse en marcha

para encontrar aquella cantidad indispensable.

—¿Cómo quieres que...?

—¡Qué cobarde estás hecho! exclamó ella.

Entonces él dijo tontamente:

—¡Tú desorbitas las cosas! Quizás con un millar

de escudos tu buen hombre se calmaría.

Razón de más para intentar alguna gestión,

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