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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Capítulo IV

llegaba hasta el «Lion d’Or».

Una noche al volver a casa, León encontró en

su habitación un tapete de terciopelo y lana con hojas

sobre fondo pálido, llamó a la señora Homais, al

señor Homais, a Justino, a los niños, a la cocinera,

se lo contó a su patrón; todo el mundo quiso conocer

aquel tapete; ¿por qué la mujer del médico se mostraba

tan «generosa» con el pasante? Aquello pareció

raro, y se pensó definitivamente que ella debía ser

«su amiga».

El daba motivos para creerlo, pues hablaba

continuamente de sus encantos y de su talento,

hasta el punto de que Binet le contestó una vez muy

brutalmente:

—¿A mí qué me importa, si no soy de su círculo

de amistades?

Él se atormentaba para descubrir cómo declarársele;

y siempre vacilando entre el temor de

desagradarle y la vergüenza de ser tan pusilánime,

lloraba de desánimo y de deseos.

Después tomaba decisiones enérgicas; escribía

cartas que luego rompía. Se señalaba fechas que

iba retrasando. A menudo se ponía en camino, con

el propósito de atreverse a todo; pero esta resolución

le abandonaba inmediatamente en presencia de

Emma. Y cuando Carlos, apareciendo de improviso,

le invitaba a subir a su carricoche para que le acompañase

a visitar a algún enfermo en los alrededores,

aceptaba enseguida, se despedía de la señora y se

iba. ¿No era su marido algo de ella?

Emma por su parte nunca se preguntó si lo

amaba. El amor, creía ella, debía llegar de pronto,

con grandes destellos y túlguraciones, huracán de

los cielos que cae sobre la vida, la trastorna, arranca

las voluntades como si fueran hojas y arrastra

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