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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Capítulo V

de perspectiva que el recuerdo da a los objetos.

Mirando desde la cama el fuego claro que ardía,

seguía viendo como allá lejos, a León de pie, doblando

con una mano su junquillo y llevando de la

otra a Atalía, que chupaba tranquilamente un trozo

de hielo. Lo encontraba encantador; no podía dejar

de pensar en él; recordó actitudes suyas en otros

días, frases que le había dicho, el tono de su voz,

toda su persona; y se repetía, adelantando sus labios

como para besar:

—¡Sí, encantador!, ¡encantador!... ¿No estará

enamorado? —se preguntó —. ¿De quién?... ¡Pues de

mí!

Aparecieron a la vez todas las pruebas, su

corazón le dio un vuelco. La llama de la chimenea

hacía temblar en el techo una claridad alegre; ella

se volvió de espalda estirando los brazos. Entonces

comenzó la eterna lamentación: ¡Oh!, ¡si el cielo lo

hubiese querido! ¿Por qué no puede ser? ¿Quién lo

impedía, pues?...

Cuando Carlos volvió a casa a medianoche,

Emma fingió despertarse, y, como él hizo ruido al

desnudarse, ella se quejó de jaqueca; después preguntó

con indiferencia cómo había transcurrido la

velada.

—El señor León —dijo él— se marchó temprano.

Ella no pudo evitar una sonrisa y se durmió

con el alma llena de un encanto nuevo.

Al día siguiente, al caer la tarde, recibió la visita

de un tal Lheureux, que tenía una tienda de novedades.

Era un hombre hábil este tendero. Gascón

de nacimiento, pero normando de adopción, unía

su facundia meridional a la cautela de las gentes

de Caux. Su cara gorda, blanda y sin barba, parecía

teñida por un cocimiento de regaliz claro, y su

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