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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Madame Bovary

canastas. Estuvo mirándola mucho tiempo atentamente,

y contó las escamas de los pescados y los

ojales de los jubones, mientras que su pensamiento

andaba errante en busca de Emma.

El guarda, un poco apartado, se indignaba

interiormente contra ese individuo, que se permitía

admirar solo la catedral. Le parecía que se comportaba

de una manera monstruosa, que le robaba en

cierto modo, y que casi cometía un sacrilegio.

Pero un frufrú de seda sobre las losas, el borde

de un sombrero, una esclavina negra...

¡Era ella! León se levantó y corrió a su encuentro.

Emma estaba pálida, caminaba de prisa.

—¡Lea! — le dijo tendiéndole un papel—... ¡Oh

no!

Y bruscamente retiró la mano, para entrar en

la capilla de la Virgen donde, arrodillándose ante

una silla, se puso a rezar. El joven se irritó por esta

fantasía beata; después experimentó, sin embargo,

un cierto encanto viéndola, en medio de la cita, así,

absorta en las oraciones, como una marquesa andaluza;

pero no tardó en aburrirse porque ella no

acababa.

Emma rezaba, o más bien se esforzaba por

orar, esperando que bajara del cielo alguna súbita

resolución; y para atraer el auxilio divino se llenaba

los ojos con los esplendores del tabernáculo, aspiraba

el perfume de las julianas blancas abiertas en

los grandes jarrones, y prestaba oído al silencio de

la iglesia, que no hacía más que aumentar el tumulto

de su corazón.

Ya se levantaba y se iban a marchar cuando

el guardia se acercó decidido, diciendo:

—¿La señora, sin duda, no es de aquí? ¿La

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