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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Madame Bovary

pañuelo, seis cheminota para su esposa.

A la señora Homais le gustaban mucho estos

panecillos pesados, en forma de turbante, que se comen

en la Cuaresma con mantequilla salada: última

muestra de los alimentos góticos que se remonta

tal vez al siglo de las cruzadas y de los cuales se llenaban

antaño los robustos normandos, creyendo ver

sobre la mesa, a la luz de las antorchas amarillas,

entre los jarros de hipocrás y los gigantescos embutidos,

cabezas de sarracenos que devorar. La mujer

del boticario los comía como ellos, heroicamente, a

pesar de su detestable dentadura; por eso, todas las

veces que el señor Homais hacía un viaje a la ciudad

no se olvidaba de llevarle panecillos, que compraba

siempre en la fábrica de la calle Massacre.

—Encantado de verla —dijo tendiendo la mano

a Emma para ayudarle a subir a «La Golondrina».

Después colgó los cheminota en las mallas de

la red y se quedó con la cabeza descubierta y los

brazos cruzados en una actitud pensativa y napoleónica.

Pero cuando el ciego, como de costumbre,

apareció al pie de la cuesta, Homais exclamó:

—No comprendo cómo la autoridad sigue tolerando

cosas tan vergonzosas. Deberían encerrar

a esos desgraciados y obligarlos a hacer algún trabajo.

El progreso, palabra de honor, va a paso de

tortuga. Estamos chapoteando en plena barbarie.

El ciego tendía su sombrero, que se bamboleaba

al lado de la puerta del coche como si fuera

una bolsa de la tapicería desclavada.

—¡Ahí tiene —dijo el farmacéutico— una afección

escrofulosa!

Y aunque conocía a aquel pobre diablo, fingió

que lo veía por primera vez, murmuró las palabras

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