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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Madame Bovary

vestida con una bata de bombas, apoyaba su moño

en el respaldo del viejo sillón; el papel amarillo de la

pared hacía como un fondo de oro detrás de ella; y

su cabeza descubierta se reflejaba en el espejo con

la raya Blanca al medio y la punta de sus orejas que

sobresalían bajo sus bandós.

—Pero, perdón —dijo ella—, hago mal, ¡le estoy

aburriendo con mis eternas quejas!

—No, ¡nunca!, ¡nunca!

—¡Si usted supiera —replicó Emma, levantando

hacia él sus ojos de los que se desprendía una

lágrima— todo lo que yo he soñado!

—Y yo, ¡oh!, yo he sufrido mucho. Muchas

veces salía, me iba, me paseaba por las avenidas,

paseos, muelles, aturdiéndome con el ruido de la

muchedumbre sin poder desterrar la obsesión que

me perseguía. Hay en el bulevar, en una tienda de

estampas, un grabado italiano que representa una

Musa. Viste una túnica, y está mirando la luna, con

miosotis en su pelo suelto. Algo me empujaba hacia

allí incesantemente; allí permanecía horas enteras.

Después, con una voz temblorosa:

—Se le parecía un poco.

Madame Bovary volvió la cabeza para que él

no viese la irresistible sonrisa que sentía asomársele.

—Frecuentemente —replicó él— le escribía

cartas que luego rompía.

Ella no respondía. Él continuó:

—A veces me imaginaba que una casualidad

la traería a usted aquí. Creía reconocerla en la esquina

de las calles, y corría detrás de todos los coches

en cuya portezuela flotaba un chal, un velo

parecido al suyo...

Ella parecía decidida a dejarle hablar sin interrumpirle.

Cruzando los brazos y bajando la cara,

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