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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Capítulo VI

—Bueno —dijo sentándose—, ¿así es que acabamos

de embarcar a nuestro joven?

—¡Eso parece! —respondió el médico.

Después, volviéndose en su silla:

—¿Y qué hay de nuevo por su casa?

—Poca cosa. Únicamente que mi mujer esta

tarde ha estado un poco emocionada. Ya sabe, a las

mujeres cualquier cosa les impresiona, ¡y a la mía

sobre todo!, y no deberíamos ir en contra de ello, ya

que su organización nerviosa es mucho más maleable

que la nuestra.

—¡Ese pobre León! —decía Carlos—. ¿Cómo

va a vivir a París? ¿Se acostumbrará allí?

Madame Bovary suspiró.

—Ya lo creo —dijo el farmacéutico, chasqueando

la lengua—, los platos finos en los restaurantes,

los bailes de máscaras, el champán, todo

eso va a rodar, se lo aseguro.

—No creo que se eche a perder —objetó Bovary.

—¡Ni yo! —replicó vivamente el señor Homais—,

aunque tendrá, no obstante, que alternar

con los demás, si no quiere pasar por un jesuita; y

no sabe usted la vida que llevan aquellos juerguistas

en el barrio latino con las actrices. Por lo demás,

los estudiantes están muy bien vistos en París. Por

poco simpáticos que sean, los reciben en los círculos

a incluso hay señoras del Faubourg Saint Germain

que se enamoran de ellos, lo cual les proporciona

luego ocasiones de hacer muy buenas bodas.

—Pero —dijo el médico—, temo que él... allá...

—Tiene usted razón —interrumpió el boticario

—; es el re verso de la medalla y es preciso tener

continuamente la mano puesta sobre la cartera. Así,

por ejemplo, está usted en un jardín público, supongamos

que se le presenta un individuo, bien puesto,

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