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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Madame Bovary

—¡Ah!, ¿sin duda, había olvidado mi nombre?

—¿Pero quizás hay en Rouen —dijo el médico—

varias señoritas Lempereur que son profesoras

de piano?

—¡Es posible!

Después, vivamente:

—Sin embargo, tengo sus recibos, ¡toma,

mira!

Y se fue al secreter, buscó en todos los cajones,

confundió los papeles y acabó perdiendo la

cabeza de tal modo que Carlos la animó a que no se

preocupase tanto por aquellos miserables recibos.

—¡Oh!, los encontraré —dijo ella.

En efecto, el viernes siguiente, Carlos, al poner

una de sus botas en el cuarto oscuro donde

guardaba su ropa, notó una hoja de papel entre el

cuero y su calcetín, la cogió y leyó:

«Recibido, por tres meses de clase y material

diverso, la cantidad de sesenta y cinco francos. FÉ-

LICIE LEMPEREUR, profesora de música.»

—¿Cómo diablos está esto en mis botas?

—Sin duda —respondió ella —, se habrá caído

de la vieja caja de las facturas que está a la orilla

de la tabla.

A partir de este momento, su existencia no

fue más que una sarta de mentiras en las que envolvía

su amor como en velos para ocultarlo.

Era una necesidad, una manía, un placer,

hasta tal punto que, si decía que ayer había pasado

por el lado derecho de una calle, había que creer

que había sido por el lado izquierdo.

Una mañana que acababa de salir, según su

costumbre, bastante ligera de ropa, empezó a nevar

de pronto; Carlos, que observaba el tiempo desde

la ventana, vio al abate Bournisien que iba para

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