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Madame Bovary

—Sí, sí, ya entiendo, de noventa y dos centímetros

aproximadamente por cincuenta, como las

hacen ahora.

—Y un bolso de viaje.

«Decididamente —pensó Lheureux—, aquí

hay gato encerrado».

—Y tenga esto —dijo la señora Bovary sacando

su reloj del cinturón —,tome esto: se cobrará de

ahí.

Pero el comerciante exclamó que de ninguna

manera; se conocían; ¿acaso podía dudar de ella?

¡Qué chiquillada! Ella insistió para que al menos

se quedase con la cadena, y ya Lheureux la había

metido en su bolsillo y se marchaba, cuando Emma

volvió a llamarle.

—Déjelo todo en su casa. En cuanto al abrigo

—ella pareció reflexionar— no lo traiga tampoco;

solamente me dará la dirección del sastre y le dirá

que me lo tenga preparado.

Era el mes siguiente cuando iban a fugarse.

Ella saldría de Yonvitlle como para ir a hacer compras

a Rouen. Rodolfo habría reservado las plazas, tomado

los pasaportes a incluso escrito a París, a fin de contar

con la diligencia completa hasta Marsella, donde

comprarían una calesa, y, de allí, continuarían sin

parar camino de Génova. Ella se preocuparía de enviar

a casa de Lheureux el equipaje, que sería llevado

directamente a «La Golondrina», de manera que

así no sospechara nadie; y, a todo esto, nunca se

hablaba de la niña. Rodolfo evitaba hablar de ella;

quizás ella misma ya no pensaba en esto.

Rodolfo quiso tener dos semanas más por delante

para terminar algunos preparativos; después,

al cabo de ocho días, pidió otros quince; después

dijo que estaba enfermo; luego hizo un viaje; pasó

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