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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Madame Bovary

con el codo.

Berta fue a caer al pie de la cómoda contra la

percha de cobre; se hizo un corte en la mejilla, y empezó

a sangrar. Madame Bovary corrió a levantarla,

rompió el cordón de la campana, llamó a la criada

con todas sus fuerzas, a iba a empezar a maldecirse

cuando apareció Carlos. Era la hora de la cena, él

regresaba.

—Mira, querido —le dijo Emma con voz tranquila—:

ahí tienes a la niña que, jugando, acaba de

lastimarse en el suelo.

Carlos la tranquilizó, la cosa no era grave, y

fue a buscar diaquilón.

Madame Bovary no bajó al comedor; quiso

quedarse sola cuidando a su hija. Entonces, mirando

cómo dormía, la preocupación que le quedaba

fue poco a poco desapareciendo, y le pareció que era

muy tonta y muy buena por haberse alterado hacía

poco, por tan poca cosa. En efecto, Berta ya no sollozaba.

Su respiración ahora levantaba insensiblemente

la colcha de algodón.

Unos lagrimones quedaban en los bordes de

sus párpados entreabiertos, que dejaban ver entre

las pestañas dos pupilas pálidas, hundidas; el esparadrapo,

pegado en su mejilla, estiraba oblicuamente

su piel tensa.

—¡Es una cosa extraña! —pensaba Emma—,

¡qué fea es esta niña!

Cuando Carlos, a las once de la noche, volvió de la

farmacia adonde había ido después de la cena, para

devolver lo que sobraba del diaquilón, encontró a su

mujer de pie al lado de la cuna.

—Te digo que esto no es nada —le dijo besándola

en la frente—; ¡no te preocupes, querida, te

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