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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Capítulo VI

Entonces el boticario bromeó acerca de los legajos,

del procedimiento.

—Olvídese un poco del Cujas y del Bartole,

¡qué demonio! ¿Quién se lo impide? ¡Sea valiente!

Vamos a casa de Bridoux; verá su perro. ¡Es curiosísimo!

Y como el pasante seguía firme en su propósito.

—Iré con usted. Le esperaré leyendo un periódico

a hojeando el código.

León, aturdido por la cólera de Emma, la charlatanería

del señor Homais y quizás por la pesadez

de la digestión del almuerzo, permanecía indeciso y

como fascinado por el farmacéutico que seguía insistiendo:

—¡Vamos a casa de Bridoux!, está a dos pasos,

en la calle Malpalu.

Entonces, por cobardía, por necedad, por ese

incalificable sentimiento que nos arrastra a las acciones

menos deseadas, se dejó llevar a casa de Bridoux;

y lo encontraron en su pequeño patio, vigilando a tres

muchachos que jadeaban dando vueltas a la gran rueda

de una máquina para hacer agua de Seltz. Homais

les dio consejos; abrazó a Bridoux; tomaron el garus.

Veinte veces intentó León marcharse; pero el otro le

sujetaba por el brazo diciéndole:

—Enseguida, ya nos vamos. Iremos al Fanal

de Rouen, a ver a aquellos señores. Le presentaré a

Thomassin.

Sin embargo, León logró liberarse del boticario

y dio un salto hasta el hotel. Emma ya no estaba

allí.

Acababa de salir desesperada. Ahora lo detestaba.

Aquella falta a la cita le parecía un ultraje

y buscaba otras razones para despegarse de él; era

incapaz de heroísmo, débil, trivial, más blando que

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