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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Madame Bovary

lejano como los demás.

—Sin embargo, le quiero —se decía.

¡No importa!, no era feliz, no lo había sido

nunca. ¿De dónde venía aquella insatisfacción de la

vida, aquella instantánea corrupción de las cosas

en las que se apoyaba?... Pero si había en alguna

parte un ser fuerte y bello, una naturaleza valerosa,

llena a la vez de exaltación y de refinamientos, un

corazón de poeta bajo una forma de ángel, lira con

cuerdas de bronce, que tocara al cielo epitalamios

elegiacos, ¿por qué, por azar, no lo encontraría ella?

¡Oh!, ¡qué dificultad! Por otra parte, nada valía

la pena de una búsqueda; ¡todo era mentira! Cada

sonrisa ocultaba un bostezo de aburrimiento, cada

alegría una maldición, todo placer su hastío, y los

mejores besos no dejaban en los labios más que un

irrealizable deseo de una voluptuosidad más alta.

Un estertor metálico se arrastró por los aires

y en la campana del convento se oyeron cuatro campanadas.

¡Las cuatro! Le parecía que estaba allí, en

aquel banco, desde la eternidad. Pero un infinito de

pasiones puede concentrarse en un minuto, como

una muchedumbre en un pequeño espacio.

Emma vivía totalmente absorbida por las suyas

y no se preocupaba del dinero más que una archiduquesa.

Pero una vez un hombre de aspecto enclenque,

rubicundo y calvo entró en su casa diciéndose

mandado por el señor Vinçart, de Rouen. Retiró los

alfileres que cerraban el bolsillo lateral de su larga

levita verde, los clavó sobre su manga y alargó cortésmente

un papel.

Era un pagaré de setecientos francos, firmado

por ella, y que Lheureux, a pesar de todas sus promesas,

había endosado a Vinçart. Emma mandó a

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