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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Capítulo XI

página. ¿Qué era esto? Recordó las asiduidades de

Rodolfo, su desaparición repentina y el aire forzado

que había mostrado al volver a verla después dos

o tres veces. Pero el tono respetuoso de la carta le

ilusionó.

«Quizás se han amado platónicamente —se

dijo.»

Además, Carlos no era de esos que penetran

hasta el fondo de las cosas; retrocedió ante las pruebas,

y sus celos inciertos se perdieron en la inmensidad

de su pena.

Han debido de adorarla, pensó. Todos los

hombres, sin duda alguna, la desearon. Le pareció

por esto más hermosa; y concibió un deseo permanente,

furioso, que inflamaba su desesperación y

que no tenía límites, porque ahora era irrealizable.

Para agradarle, como si siguiese viviendo, adoptó

sus predilecciones, sus ideas; se compró unas botas

de charol, empezó a ponerse corbatas blancas.

Ponía cosmético en sus bigotes, firmó como ella pagarés.

Emma lo corrompía desde el otro lado de la

tumba. Tuvo que vender la cubertería de plata pieza

a pieza, después vendió los muebles del salón.

Todas las habitaciones se desamueblaron; pero su

habitación, la de Emma, quedó como antaño. Después

de la cena, Carlos subía allí. Empujaba hacia

la chimenea la mesa redonda y acercaba su sillón.

Se sentaba enfrente. Ardía una vela en uno de los

candelabros dorados. Berta, al lado de su padre, coloreaba

imágenes.

El pobre hombre sufría al verla mal vestida, con

sus botas sin cordones y la sisa de sus blusas rota

hasta las caderas, pues la asistenta apenas se preocupaba

de ella. Pero la niña era tan dulce, tan simpática,

y su cabecita se inclinaba tan graciosamente

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