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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Madame Bovary

A partir de aquel día se escribieron regularmente

todas las tardes. Emma llevaba su carta al

fondo de la huerta, cerca del río, en una grieta de la

terraza. Rodolfo iba a buscarla allí y colocaba otra,

que ella tildaba siempre de muy corta.

Una mañana en que Carlos había salido antes

del amanecer, a Emma se le antojó ver a Rodolfo

al instante. Se podía llegar pronto a la Huchette,

permanecer allí una hora y estar de vuelta en Yonville

cuando todo el mundo estuviese aún durmiendo.

Esta idea la hizo jadear de ansia, y pronto se encontró

en medio de la pradera, donde caminaba a pasos

rápidos sin mirar hacia atrás.

Empezaba a apuntar el día. Emma, de lejos,

reconoció la casa de su amante, cuyas dos veletas

en cola de milano se recortaban en negro sobre el

pálido crepúsculo. Pasado el corral de la granja había

un cuerpo de edificio que debía de ser el palacio.

Ella entró como si las paredes, al acercarse ella, se

hubieran separado por sí solas. Una gran escalera

recta subía hacia el corredor. Emma giró el pestillo

de una puerta, y de pronto, en el fondo de la habitación,

vio a un hombre que dormía. Era Rodolfo. Ella

lanzó un grito.

—¡Tú aquí! ¡Tú aquí! —repetía él—. ¿Cómo

has hecho para venir?... ¡Ah!, ¡tu vestido está mojado!

—¡Te quiero! —respondió ella pasándole los

brazos alrededor del cuello.

Como esta primera audacia le había salido

bien, ahora cada vez que Carlos salía temprano,

Emma se vestía deprisa y bajaba de puntillas la escalera

que llevaba hasta la orilla del agua.

Pero cuando la pasarela de las vacas estaba

levantada, había que seguir las paredes que se

extendían a lo largo del río; la orilla era resbaladiza;

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