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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Capítulo V

mismo tiempo, situarse muy alto, por esta pretendida

fascinación ejercida sobre un hombre que debía

ser de naturaleza belicosa y acostumbrado a hacerse

obedecer? El pasante sintió entonces lo ínfimo de

su posición; tuvo envidia de las charreteras, de las

cruces, de los títulos. Todo esto debía de gustarle a

ella, él lo sospechaba por su modo de gastar.

Sin embargo, Emma callaba una multitud de

extravagancias, tales como el deseo de tener, para

llevarla a Rouen, un tílburi azul, tirado por un caballo

inglés, y conducido por un cochero, calzado de

botas con vueltas. Era Justino quien le había inspirado

ese capricho, suplicándole que lo tomase en su

casa como criado; y si esta privación no atenuaba en

cada cita el placer de la llegada, aumentaba ciertamente

la amargura del regreso.

A menudo, cuando hablaban juntos de París,

ella terminaba murmurando:

—¡Ah!, ¡qué bien viviríamos allí!

—¿No somos felices? —replicaba dulcemente

el joven pasándole la mano por sus bandós.

—Sí, es cierto —decía ella—, estoy loca; ¡bésame!

Estaba con su marido más encantadora que

nunca, le hacía natillas de pistache y tocaba valses

después de cenar. Así que él se sentía entonces el

más afortunado de los mortales, y Emma vivía sin

preocupación, cuando una noche, de pronto:

—¿Es la señorita Lempereur, verdad, quien te

da lecciones?

—Sí.

—Bueno, la he visto hace poco, en casa de la

señora Liégeard. Le hable de ti; no te conoce.

Fue como un rayo. Sin embargo, ella replicó

con naturalidad:

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