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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Capítulo V

otra cuenta que no sobrepasara los mil francos,

pues para enseñar la de cuatro mil habría que decir

que había pagado los dos tercios, confesar, por consiguiente,

la venta del inmueble, negociación bien

llevada por el comerciante y que no se conoció hasta

mucho después.

A pesar del precio muy barato de cada artículo,

la señora Bovary madre no dejó de encontrar el

gasto exagerado.

—¿No podían pasar sin una alfombra?, ¿por

qué tapizar de nuevo los sillones? En mis tiempos,

en cada casa había un solo sillón, para las personas

mayores, al menos así era en casa de mi madre, que

era una mujer honrada, os lo aseguro. ¡No todo el

mundo puede ser rico! ¡Ninguna fortuna resiste el

despilfarro! ¡Yo me avergonzaría de llevar una vida

tan regalada como la vuestra! y, sin embargo, yo soy

vieja, necesito cuidados... ¡Hay que ver!, ¡hay que

ver!, ¡cuántos perifollos!, ¡cuánta ostentación! ¡Pero

cómo!, seda para forros, a dos francos... cuando se

encuentra chaconada a diez sueldos y hasta a ocho

sueldos que cumple perfectamente su cometido.

Emma, arrellanada en el canapé, replicaba lo

más tranquila posible:

—¡Eh!, señora, ¡ya está bien!, ¡ya está bien!

La señora seguía sermoneándola, prediciéndoles

que terminarían en el asilo. Además, la culpa

era de Bovary. Menos mal que había prometido anular

aquel poder.

—¿Cómo?

—¡Ah!, me lo ha jurado —replicó la buena señora.

Emma abrió la ventana, llamó a Carlos y el

pobre muchacho se vio obligado a confesar la palabra

que le había arrancado su madre.

Emma desapareció y volvió enseguida

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