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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Madame Bovary

movimientos de cabeza que hacía, la parte inferior

de su cara se hundía en el vestido o emergía de él

suavemente. Fue así como, uno cerca del otro, mientras

que Carlos y el farmacéutico platicaban, entraron

en una de esas vagas conversaciones en que

el azar de las frases lleva siempre al centro fijo de

una simpatía común. Espectáculos de París, títulos

de novelas, bailes nuevos, y el mundo que no cono

cían, Tostes, donde ella había vivido, Yonville, donde

estaban, examinaron todo, hablaron de todo hasta

el final de la cena.

Una vez servido el café, Felicidad se fue a preparar

la habitación en la nueva casa y los invitados

se marcharon.

La señora Lefrançois dormía al calor del rescollo,

mientras que el mozo de cuadra, con una linterna

en la mano, esperaba al señor y a la señora

Bovary para llevarlos a su casa.

Su cabellera roja estaba entremezclada de

briznas de paja y cojeaba de la pierna izquierda. Cogió

con su otra mano el paraguas del señor cura y

se pusieron en marcha. El pueblo estaba dormido.

Los pilares del mercado proyectaban unas sombras

largas. La tierra estaba toda gris, como en una noche

de verano.

Pero como la casa del médico se encontraba a

cincuenta metros de la posada, tuvieron que despedirse

pronto, y la compañía se dispersó.

Emma, ya desde el vestíbulo, sintió caer sobre

sus hombros, como un lienzo húmedo, el frío del

yeso. Las paredes eran nuevas y los escalones de

madera crujieron. En la habitación, en el primero,

una luz blanquecina pasaba a través de las ventanas

sin cortinas. Se entreveían copas de árboles, y

más lejos, medio envuelta en la bruma, la pradera,

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