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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Capítulo V

que se paseaba indecisa entre aquellas mercancías.

De vez en cuando, como para limpiar el polvo, daba

un golpe con la uña a la seda de los echarpes, que

desplegados en toda su longitud temblaban con un

ruido ligero, haciendo centellear a la luz verdosa del

crepúsculo, como pequeñas estrellas, las lentejuelas

de oro del tejido.

—¿Cuánto cuestan?

—Una miseria —respondió él—, una miseria;

pero ya me pagará, sin prisa; cuando usted quiera;

¡no somos judíos!

Ella reflexionó unos instantes y acabó dando

las gracias al señor Lheureux, quien replicó sin inmutarse:

—Bueno, nos entenderemos más adelante;

con las señoras siempre me he entendido, siempre,

menos con la mía.

Emma sonrió.

—Quiero decir —continuó en tono campechano

después de su broma—, que no es el dinero lo

que me preocupa. Yo le daría a usted si le hiciera

falta.

Ella hizo un gesto de sorpresa.

—¡Ah! —dijo él vivamente y en voz baja—, no

tendría que ir lejos para encontrarlo; puede estar

segura. Y comenzó a pedirle noticias del tío Tellier,

el dueño del «Café Francés», a quién por aquel entonces

cuidaba el señor Bovary.

—¿Qué es lo que tiene el tío Tellier?... ¡Tose

tanto que sacude toda la casa y me temo mucho

que pronto necesite más bien un gabán de abeto que

una camisola de franela! ¡Corrió tantas juergas de

joven! Esa gente, señora, no tenía el menor orden,

se ha quemado con el aguardiente. ¡Pero, a pesar de

todo, es triste ver marcharse a un conocido!

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