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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Madame Bovary

con aquel torpe, y mientras ella se limpiaba con su

pañuelo las manchas de su hermoso vestido de tafetán

cereza, é1 murmuraba con tono desabrido las

palabras de indemnización, gastos, reembolso. Por

fin, Carlos llegó al lado de su mujer, diciéndole todo

sofocado:

—Creí, en verdad, que no volvía. ¡Hay tanta

gente... tanta gente!

Y añadió:

—¿A que no adivinas a quién he encontrado

allá arriba? ¡Al señor León! —¿A León?

—¡El mismo! Va a venir a saludarte.

Y al terminar estas palabras el antiguo pasante

de Yonville entró en el palco.

Le tendió su mano con una desenvoltura

de hombre de mundo: y Madame Bovary adelantó

maquinalmente la suya, sin duda obedeciendo a

la atracción de una voluntad más fuerte. No la había

sentido, desde aquella tarde de primavera en la

que llovía sobre las hojas verdes, cuando se dijeron

adiós, de pie al borde de la ventana. Pero pronto,

dándose cuenta de la situación, sacudió en un esfuerzo

aquella neblina de sus recuerdos y empezó a

balbucear frases rápidas:

—¡Ah! Hola... ¡Cómo! ¿Usted por aquí?

—¡Silencio! — gritó una voz del patio de butacas,

pues empezaba el tercer acto.

—¿Así que está usted en Rouen?

—Sí.

—¿Y desde cuándo?

—¡Fuera, fuera!

—El público se volvía hacia ellos; se callaron.

Pero a partir de aquel momento ella no escuchó

más; y el coro de los invitados, la escena de

Ashton y su criado, el gran dúo en re mayor, todo

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