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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Madame Bovary

Una oleada de púrpura subió enseguida a la

cara de Madame Bovary. Se echó hacia atrás con

una cara de espanto:

—¡Usted se aprovecha descaradamente de mi

desgracia, señor! Soy digna de lástima, pero no me

vendo.

Y salió.

El notario quedó estupefacto, con los ojos fijos

en sus bonitas zapatillas bordadas. Eran un regalo

del amor. Aquella contemplación le sirvió, por fin, de

consuelo. Además, pensaba que una aventura semejante

le habría llevado muy lejos.

—¡Qué miserable!, ¡qué grosero!, ¡qué infame!

—se decía ella, huyendo con paso nervioso bajo los

álamos de la carretera. La decepción del fracaso reforzaba

la indignación de su pudor ultrajado; le parecía

que la Providencia se obstinaba en perseguirla,

y realzando su amor propio, nunca había tenido

tanta estima por sí misma ni canto desprecio por los

demás. Un algo belicoso la ponía fuera de sí. Habría

querido pegar a los hombres, escupirles en la cara,

triturarlos a todos; y continuaba caminando rápidamente

hacia adelante, pálida, temblorosa, furiosa,

escudriñando con los ojos en lágrimas el horizonte

vacío, y como deleitándose en el odio que la ahogaba.

Cuando divisó su casa, se apoderó de ella

una especie de embocamiento. No podía seguir caminando;

sin embargo, era preciso; por otra parte,

¿adónde huir?

Felicidad la esperaba a la puerta.

—¿Y qué?

—¡No! —dijo Emma.

Y durante un cuarto de hora las dos estuvieron

pasando revista a las diferentes personas de

Yonville que acaso estarían dispuestas a acudir en

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