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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Madame Bovary

y permanecía de pie cerca de la puerta, inmóvil,

sin hablar. A menudo, incluso, Madame Bovary, sin

preocuparse de su presencia, empezaba a arreglarse.

Comenzaba por quitarse su peineta sacudiendo

la cabeza con un movimiento brusco; cuando Justino

vio por primera vez aquella cabellera suelta, que

le llegaba hasta las corvas, desplegando sus negros

rizos, fue para él, pobre infeliz, como la entrada súbita

en algo extraordinario y nuevo cuyo esplendor

le asustó.

Emma, sin duda, no se daba cuenta de aquellas

complacencias silenciosas ni de sus timideces.

No sospechaba que el amor, desaparecido de su vida,

palpitaba allí, cerca de ella, bajo aquella camisa de

tela burda, en aquel corazón de adolescente abierto

a las emanaciones de su belleza. Por lo demás, ahora

rodeaba todo de tal indiferencia, tenía palabras

tan afectuosas y miradas tan altivas, modales tan

diversos, que ya no se distinguía el egoísmo de la

caridad, ni la corrupción de la virtud. Una tarde,

por ejemplo, se irritó con su criada, que deseaba

salir y balbuceaba buscando un pretexto:

—¿Tú le quieres? — le dijo.

Y sin esperar la respuesta de Felicidad, que se

ponía colorada, añadió con un tono triste:

—¡Vamos, corre!, ¡diviértete!

Al comienzo de la primavera hizo cambiar totalmente

la huerta de un extremo a otro, a pesar de

las observaciones de Bovary; él se alegró, sin embargo,

de verla, por fin, manifestar un deseo, cualquiera

que fuese. A medida que se restablecía, manifestó

otros.

Primeramente buscó la manera de expulsar a

la tía Rolet, la nodriza, que había tomado la costumbre

durante su convalecencia de venir con demasiada

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