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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Capítulo VII

ba; ya no hablaban.

—¿Es que ella le hace insinuaciones? —dijo la

señora Tuvache.

Binet estaba rojo hasta las orejas. Emma le

cogió las manos.

—¡Ah!, ¡eso ya es demasiado!

Y sin duda le proponía una abominación; pero

el recaudador era, a pesar de todo, un valiente que

había combatido en Bautzen y en Lutzen, hecho la

campaña de Francia a incluso le habían «propuesto

para la cruz»; de pronto, como a la vista de una serpiente,

se apartó muy lejos hacia atrás exclamando:

—¡Señora, qué ocurrencias!

—Habría que azotar a esas mujeres —dijo la

señora Tuvache.

—¿Dónde está? —replicó la señora Caron.

Pues durante aquella conversación Emma había

desaparecido; después, viéndola enfilar la Calle

Mayor y girar a la derecha como para ir al cementerio,

se perdieron en conjeturas.

—Tía Rolet —dijo al llegar a casa de la nodriza—,

me ahogo..., aflójeme el corsé.

Se echó sobre la cama; sollozaba. La tía Rolet

la tapó con un refajo y se quedó de pie delante de

ella. Después, como no contestaba, la buena mujer

se alejó, cogió su rueca y se puso a hilar lino.

—¡Oh!, ¡pare de una vez! — murmuró ella,

creyendo escuchar el torno de Binet.

—¿Quién la incomoda? —se preguntaba la

nodriza—. ¿Por qué viene aquí?

Había acudido allí empujada por una especie

de espanto que la echaba de su casa.

Acostada sobre la espalda, inmóvil y con los

ojos fijos, distinguía vagamente los objetos, aunque

aplicara su atención a ellos con una persistencia

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