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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Madame Bovary

húmeda apenas se inflamaba, y el número principal,

que debía figurar un dragón mordiéndose la

cola, falló completamente. De vez en cuando salía

una pobre candela romana; entonces la muchedumbre

con la boca abierta, lanzaba un clamor en el que

se mezclaba el grito de las mujeres, a las que hacían

cosquillas en la cintura aprovechando la oscuridad.

Emma, silenciosa, se inclinaba suave mente sobre el

hombro de Carlos; luego, levantando la cara, seguía

en el cielo oscuro la estela luminosa de los cohetes.

Rodolfo la contemplaba a la luz de los faroles encendidos.

Poco a poco se fueron apagando. Las estrellas

se encendieron. Empezaron a caer unas gotas de

lluvia. Ella ató la pañoleta sobre su cabeza descubierta.

En aquel momento el coche del consejero salió

del mesón. Su cochero, que estaba borracho, se

adormeció de pronto; y de lejos se veía por encima

de la capota, entre las dos linternas, la masa de su

cuerpo que se balanceaba de derecha a izquierda

según los vaivenes del coche.

—¡En verdad —dijo el boticario—, deberíamos

ser severos contra la embriaguez! Yo quisiera que se

anotasen semanalmente en la puerta del ayuntamiento,

en una pizarra ad hoc, los nombres de todos

aquellos que durante la semana se hubieran intoxicado

de alcohol. Además, para las estadísticas, tendríamos

allí como unos anales patentes a los que se

acudiría si fuera preciso... Pero perdonen.

Y corrió de nuevo hacia el capitán.

Éste regresaba a su casa. Iba a revisar su torno.

—Quizás no sería malo — le dijo Homais—

que enviase a uno de sus hombres o que fuese usted

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