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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Madame Bovary

No envió la tela, la llevó él mismo. Después

volvió para ver la que necesitaba; regresó con otros

pretextos tratando cada vez de hacerse amable, servicial,

enfeudándose, como habría dicho Homais, y

siempre insinuando algunos consejos a Emma sobre

el poder. No hablaba del pagaré. Emma no pensaba

en eso. Carlos, al principio de su convalecencia, le

había dicho algo; pero tantas cosas le habían pasado

por la cabeza que ella ya no se acordaba. Además,

evitó provocar toda discusión de intereses; la

señora Bovary madre quedó sorprendida, y atribuyó

su cambio de humor a los sentimientos religiosos

que se le habían despertado durante su enfermedad.

Pero, cuando se marchó la suegra, Emma no

tardó en asombrar a su marido por su buen sentido

práctico. Habría que informarse, comprobar

las hipotecas, ver si había lugar a una subasta o a

una liquidación. Citaba términos técnicos, al azar,

pronunciaba las grandes palabras de orden, porvenir,

previsión, y continuamente exageraba los problemas

de la sucesión; de tal modo que un día le

mostró el modelo de una autorización general para

«regir y administrar sus negocios, hacer préstamos,

firmar y endosar todos los pagarés, pagar toda clase

de cuentas, etc.».

Había aprovechado las lecciones de Lheureux.

Carlos, ingenuamente, le preguntó de dónde

venía aquel papel.

—Del señor Guillaumin.

Y con la mayor sangre fría del mundo, añadió:

—No me fío demasiado. ¡Los notarios tienen

tan mala fama! Quizás habría que consultar... No

conocemos más que.., ¡Oh!, nadie.

—A no ser que León... —replicó Carlos, que

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