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Capítulo V

soberbia.

León no sabía qué reacción de todo su ser

la impulsaba más a precipitarse en los gozos de la

vida. Se volvía irritable, glotona, voluptuosa; y se

paseaba con él por las calles con la frente alta, sin

miedo, decía ella, de comprometerse. A veces, sin

embargo, Emma se estremecía ante la idea súbita

de encontrarse con Rodolfo; pues, aunque estuviesen

separados para siempre, le parecía que no estaba

completamente liberada de su dependencia.

Una noche no volvió a Yonville, Carlos estaba

loco de impaciencia, y la pequeña Berta, que no

quería acostarse sin su mamá, sollozaba intensamente.

Justino salió sin rumbo, por la carretera. El

señor Homais dejó su farmacia. Por fin, a las once,

no aguantando más, Carlos enganchó su caballo,

saltó al pescante, fustigó al animal y hacia las dos

de la mañana llegó a la «Croix Rouge». No había nadie.

Pensó que el pasante quizá la habría visto; pero

¿dónde vivía? Afortunadamente, Carlos se acordó

de las señas de su patrón. Y allá se fue, Comenzaba

a clarear el día. Distinguió unos rótulos por encima

de una puerta; llamó.

Alguien, sin abrirle, le dio a gritos la información

que le pedía, mientras se deshacía en improperios

contra los que molestaban a la gente durante la

noche.

La casa donde vivía el pasante no tenía ni

campanilla, ni aldabón, ni portero. Carlos dio fuertes

puñetazos en los postigos. En aquel momento

pasó por allí un policía; entonces Carlos tuvo miedo

y se fue.

—Estoy loco —se decía—; sin duda la habrán

invitado a cenar en casa del señor Lormeaux.

La familia Lormeaux ya no vivía en Rouen.

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