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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Madame Bovary

Argueil para vender su caballo, su último recurso,

encontró a Rodolfo.

A1 verse palidecieron. Rodolfo, que sólo había

enviado su tarjeta, balbució primeramente algunas

excusas, después se animó a incluso llegó al descaro

(hacía mucho calor, era el mes de agosto) de invitarle

a tomar una botella de cerveza en la taberna.

Sentado frente a él, masticaba su cigarro sin dejar

de charlar, y Carlos se perdía en ensoñaciones ante

aquella cara que ella había amado. Le parecía volver

a ver algo de ella.

Era una maravilla. Habría querido ser aquel

hombre.

El otro continuaba hablando de cultivos, ganado,

abonos, tapando con frases banales todos los

intersticios por donde pudiera deslizarse alguna

alusión. Carlos no le escuchaba; Rodolfo se daba

cuenta, y seguía en la movilidad de su cara el paso

de los recuerdos. Aquel rostro se iba enrojeciendo

poco a poco, las aletas de la nariz latían de prisa,

los labios temblaban; hubo incluso un instante

en que Carlos, lleno de un furor sombrío, clavó sus

ojos en Rodolfo quien, en una especie de espanto, se

quedó callado. Pero pronto reapareció en su cara el

mismo cansancio fúnebre.

—No le guardo rencor —dijo.

Rodolfo se había quedado mudo. Y Carlos, sujetando

la cabeza con sus dos manos, replicó con

una voz apagada y con el acento resignado de los

dolores infinitos.

Incluso añadió una gran frase, la única que

jamás había dicho:

—¡Es culpa de la fatalidad!

Rodolfo, que había sido el agente de aquella

fatalidad, reconoció un buenazo en aquel hombre

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