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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Capítulo VIII

dades, el orador describía aquellos tiempos duros

en que los hombres alimentábanse de bellotas en

el fondo de los bosques, después abandonaron las

pieles de animales, se cubrieron con telas, labraron

la tierra, plantaron la viña. ¿Era esto un bien, y no

habría en este descubrimiento más inconvenientes

que ventajas? El señor Derozerays se planteaba este

problema. Del magnetismo, poco a poco, Rodolfo

pasó a las afinidades, y mientras que el señor presidente

citaba a Cincinato con su arado, a Diocleciano

plantando coles, y a los emperadores de la China

inaugurando el año con siembras, el joven explicaba

a Emma que estas atracciones irresistibles tenían

su origen en alguna existencia anterior.

—Por ejemplo, nosotros —decía él—, ¿por qué

nos hemos conocido?, ¿qué azar lo ha querido? Es

que a través del alejamiento, sin duda, como dos

ríos que corren para reunirse, nuestras inclinaciones

particulares nos habían empujado el uno hacia

el otro.

Y le cogió la mano. Ella no la retiró.

«¡Conjunto de buenos cultivos!» —exclamó el

presidente.

—Hace poco, por ejemplo, cuando fui a su

casa... «Al señor Bizet, de Quincampoix.»

—¿Sabía que os acompañaría?

«iSetenta francos!»

—Cien veces quise marcharme y la seguí, me

quedé.

«Estiércoles.»

—¡Cómo me quedaría esta tarde, mañana, los

demás días, toda mi vida! «Al señor Carón, de Argueil

medalla de oro.»

—Porque nunca he encontrado en el trato con

la gente una persona tan encantadora como usted.

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