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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Madame Bovary

del señor Homais. Es algo urgente.

El pueblo estaba en silencio como de costumbre.

En las esquinas de las calles había montoncitos

de color rosa que humeaban al aire, pues era el

tiempo de hacer las mermeladas, y todo el mundo

en Yonville preparaba su provisión el mismo día.

Pero delante de la botica se veía un montón mucho

mayor, y que sobrepasaba a los demás con la superioridad

que un laboratorio de farmacia debe tener

sobre los hornillos familiares, una necesidad general

sobre unos caprichos individuales.

Entró. El gran sillón estaba caído, a incluso

El Fanal de Rouen yacía en el suelo, extendido entre

las dos manos del mortero. Empujó la puerta del

pasillo, y en medio de la cocina, entre las tinajas

oscuras llenas de grosellas desgranadas, de azúcar

en terrones, balanzas sobre la mesa, barreños al

fuego, vio a todos los Homais, grandes y pequeños,

con delantales que les llegaban a la barbilla y con

sendos tenedores en la mano. Justino, de pie, bajaba

la cabeza, mientras el farmacéutico gritaba:

—¿Quién te dijo que fueras a buscarlo a la

leonera?

—¿Qué es? ¿Qué pasa?

—¿Que qué pasa? —respondió el boticario—.

Estamos haciendo mermeladas: están cociendo;

pero iban a salirse a causa del caldo demasiado

fuerte, le pido otro barreño.

Entonces él, por pereza, fue a coger la llave de

la leonera, que estaba colgada en mi laboratorio.

El boticario llamaba así a una especie de gabinete,

en el desván, lleno de utensilios y mercancías

de su profesión. Con frecuencia pasaba allí largas

horas, solo, poniendo etiquetas, empaquetando, y

lo consideraba no como simple almacén, sino como

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