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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Capítulo XIII

un salto.

Pero, por un esfuerzo de voluntad, aquel espasmo

desapareció; y después.

—¡No es nada! —dijo ella—, ¡no es nada!, ¡son

los nervios! ¡Siéntate, come!

Porque ella temía que fuesen a interrogarla, a

cuidarla, a no dejarla en paz.

Carlos, por obedecer, se había vuelto a sentar,

y echaba en su mano los huesos de los albaricoques

que depositaba inmediatamente en su plato.

De pronto, un tilburi azul pasó a trote ligero

por la plaza. Emma lanzó un grito y cayó rígida al

suelo, de espalda.

En efecto, Rodolfo, después de muchas reflexiones,

se había decidido a marcharse para

Rouen. Ahora bien, como no hay, desde la Muchette

a Buchy, otro camino que el de Yonville, había tenido

que atravesar el pueblo, y Emma lo había reconocido

a la luz de los faroles, que cortaban el crepúsculo

como un relámpago.

El farmacéutico, al oír el barullo que había en

casa, salió corriendo hacia ella. La mesa, con todos

los platos, se había volcado; salsa, carne, los cuchillos,

el salero y la aceitera llenaban la sala; Carlos

pedía socorro; Berta, asustada, gritaba; y Felicidad

cuyas manos temblaban, desabrochaba a la señora,

que te nía convulsiones por todo el cuerpo.

—Voy corriendo —dijo el boticario— a buscar

a mi laboratorio un poco de vinagre aromático.

Después, viendo que Emma volvía a abrir los

ojos al respirar el frasco, dijo el boticario:

—Estaba seguro; esto resucitaría a un muerto.

—¡Háblanos! —decía Carlos—, ¡háblanos!

¡Vuelve en ti! ¡Soy yo, tu Carlos que te quiere! ¿Me

reconoces? Mira, aquí tienes a tu hijita: ¡bésala!

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