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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Capítulo VI

de las almas.

—Sí... —dijo—, usted alivia todas las penas.

—¡Ah, no me hable, Madame Bovary! Esta

misma mañana, tuve que ir a Bas—Dauville para

una vaca que tenía la hinchazón; creían que era un

maleficio. Todas sus vacas, no sé cómo... Pero, ¡perdón!

¡Longuemarre y Bondet!, ¡demonios! Haced el

favor de terminar.

¿Queréis estaros quietos de una vez? Y, de un

salto, se presentó en la iglesia.

Los chiquillos, entonces, se apretaban alrededor

del gran atril, se subían al entarimado del

chantre, abrían el misal; y otros, de puntillas iban

a meterse en el confesonario. Pero el cura, de pronto,

repartió entre todos una granizada de bofetadas.

Agarrándolos por el cuello de la chaqueta, los levantaba

del suelo y los volvía a poner de rodillas sobre

el pavimento del coro, con fuerza, como si hubiera

querido plantarlos allí.

—Mire usted —dijo volviendo junto a Emma,

y desdoblando su gran pañuelo de algodón, una de

cuyas puntas metió entre sus dientes—, ¡los labradores

son dignos de lástima!

—Hay otros —replicó ella.

—Sin duda, los de las ciudades, por ejemplo.

—No son ellos...

—¡Perdóneme!, he conocido allí a pobres madres

de familia, mujeres virtuosas, se lo aseguro,

verdaderas santas, que ni siquiera tenían para pan.

—Pero, señor cura —replicó Emma, retorciendo

las comisuras de los labios al hablar—, de las

que tienen pan, y no tienen...

—Para calentarse en invierno —dijo el cura.

—¡Bah!, ¿qué importa eso?

—¿Cómo qué importa? A mí me parece que

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