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Madame Bovary

—Se habrá quedado a cuidar a la señora Dubreuil.

¡Pero si la señora Dubreuil murió hace diez meses!... ¿Dónde

puede estar?

Se le ocurrió una idea. Entró en un café y

pidió el Anuario; y buscó rápidamente el nombre de

la señorita Lempereur, que vivía en la calle de la

Renelle—des—Maroquiniers, número 74.

Cuando entraba en esta calle, apareció Emma

en persona en el otro extremo; Carlos, más que

abrazarla, se echó sobre ella, exclamando:

—¿Quién te retuvo ayer?

—Estuve enferma.

—¿Y de qué?... ¿Dónde?... ¿Cómo?...

Emma se pasó la mano por la frente y contestó:

—En casa de la señorita Lempereur.

—¡Estaba seguro!, allá iba yo.

—¡Oh!, no vale la pena. Acaba de salir hace

un momento; pero en lo sucesivo no te preocupes.

No me siento libre, ya comprendes, si sé que el menor

retraso te trastorna de esta manera.

Era como una especie de permiso que se daba

a sí misma para estar más libre en sus escapadas.

Y lo aprovechó ampliamente a sus anchas. Cuando

sentía deseos de ver a León, se iba con cualquier

pretexto, y como él no la esperaba aquel día, era

ella quien iba a buscarle al despacho. Las primeras

veces fue para él una alegría; pero al poco tiempo

le dijo la verdad: que su jefe se quejaba mucho de

aquellos trastornos.

—¡Bah!, vente — le decía ella.

Y él se escapaba del despacho.

Emma quiso que se vistiera todo de negro y se

dejara una perilla, para parecerse a los retratos de

Luis XIII. Deseó conocer su alojamiento y lo encontró

vulgar; él se sonrojó y ella no le hizo caso, luego

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