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Diseño de libro Madame Bovary, portada, ilustraciones e interiores.

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Madame Bovary

macéutico se alejó con paso rápido, la sonrisa en

los labios y aire decidido, repartiendo a derecha a

izquierda muchos saludos y ocupando mucho espacio

con los grandes faldones de su frac negro, que

flotaban al viento detrás de él.

Rodolfo, que lo había visto de lejos, aceleró el

paso; pero Madame Bovary se quedó sin aliento; él

entonces acortó la marcha, y le dijo sonriendo en un

tono brutal:

—Es para no tropezar con el gordo ése. Ya

comprende, el boticario.

Ella le dio un codazo.

«¿Qué significa esto?, se preguntó él.»

Y la contempló con el rabillo del ojo, sin dejar

de caminar.

La expresión serena de su rostro no dejaba

adivinar nada. Se destacaba en plena luz, en el óvalo

de su capote, que tenía unas cintas pálidas semejantes

a hojas de caña. Sus ojos de largas pestañas

curvas miraban hacia delante, y, aunque bien abiertos,

parecían un poco estirados hacia los pómulos,

a causa de la sangre que latía suavemente bajo su

fina piel. Un color rosa atravesaba el tabique de su

nariz. Inclinaba la cabeza sobre el hombro y se veía

entre sus labios la punta nacarada de sus dientes

blancos.

«¿Se burla de mí?, pensaba Rodolfo.»

Aquel gesto de Emma, sin embargo, no había

sido más que una advertencia; pues el señor Lheureux

les acompañaba y les hablaba de vez en cuando,

como para entrar en conversación:

—¡Hace un día espléndido!, ¡todo el mundo

está en la calle!, sopla Levante.

Y Madame Bovary, igual que Rodolfo, apenas

le respondía, mientras que al menor movimiento

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